Posted on: 18 marzo, 2014 Posted by: MULCS Comments: 0

América Nuestra N°3 – Año 1- marzo 2014

“La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de ‘occidentalización’ material de la tierra queshwa. No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria.(…)El pensamiento revolucionario, y aún el reformista, no puede ser ya liberal sino socialista. (…) Los que profesamos el socialismo propugnamos lógica y coherentemente la reorganización del país sobre bases socialistas (…) proclamamos que este es un instante de nuestra historia en que no es posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista.”(José Carlos Mariátegui-Prólogo del libro “Tempestad en los Andes” de Luis E. ValcarcelLima, Perú, 1927)

“…no hay sino fuego, no hay sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos”…( Amaru-José María Arguedas- Himno canción a nuestro padre creador Tupac)

“En esos años fueron los indígenas los que llevaron hasta las últimas consecuencias sus planteamientos y lucharon con sus ejércitos más de dos años contra poderosos ejércitos españoles…” (Presidente Evo Morales Ayma, Discurso sobre el levantamiento popular de Oruro-10 de febrero del 2006)

Mucho se habla hoy, y desde hace algunos años, sobre las reivindicaciones de los pueblos originarios. Multitud de declaraciones, ensayos, artículos y libros se han escrito sobre las históricamente justas luchas de comunidades, naciones o parcialidades étnico-culturales de Nuestra América, que incluye en este caso la del Norte, por su definitiva liberación. Conquistas como la de reemplazar la conmemoración del 12 de Octubre, día de la razzia europea sobre las comunidades del Abya Yala, por la del 11 de Octubre, como último día de la independencia de los originarios; aprobar leyes reivindicativas que hacen a la historia, cultura, costumbres y ciencias aborígenes, y fundamentalmente a la recuperación de territorios ancestrales que forman partes inseparables de Estados plurinacionales, como el actual de Bolivia, son caras al pensamiento y la acción de millones de ciudadanos nuestroamericanos y Estados que los contienen o apoyan, como los de Venezuela, Nicaragua, Cuba, Ecuador y otros homólogos en lo que hace a la erradicación de la injusticia y la liberación nacional y social.

Pero hay quienes, desde una perspectiva etnicista, plantean que la liberación de los originarios debe hacerse efectiva no solo por ellos mismos y sin participación de otros sectores del pueblo, sino al margen de las liberaciones de pueblos colonizados o neocolonizados por el imperialismo que conforman los territorios estaduales donde también se asientan comunidades originarias. Desde esta óptica, también se niega el carácter de clase que signa la explotación y opresión étnica-cultural, haciendo sólo hincapié en la existencia de los pueblos indígenas como ‘anteriores’ a las clases sociales y a la sociedad capitalista, signada por la ley del valor, inherente a la producción de mercancías.

Los planteos etnicistas, considerados por autores como ‘etnopopulistas’ ( entre otros, Héctor Diaz Polanco, al cual volveremos mas adelante) conllevan a calificar contradicciones entre originarios, mestizos y blancos- no antagónicas ni principales en el seno de los pueblos explotados y oprimidos en general por grandes potencias imperiales, fundamentalmente trabajadores de la ciudad y el campo- como antagónicas. Esto deriva a estimular una fractura del campo popular que debería, según nuestra visión, cimentarse y fortalecerse, en el marco de las diferencias específicas de cada grupo social y étnico-cultural mayoritario y minoritario que conforman la nación y el pueblo oprimido, para confrontar con el enemigo principal a combatir: el imperialismo norteamericano y sus aliados oligárquico-burgueses locales y extralocales, como algunos gobiernos de países occidentales europeos, asiáticos y africanos.

Desde una perspectiva marxista y revolucionaria, que hacemos propia, la lucha étnico-cultural y de clase contra los enemigos de la nación y la clase oprimida deben darse en formas simultánea, aunque creemos que la contradicción de clase, surgida de la explotación económica, es condición necesaria en última instancia para la existencia y consolidación de la opresión étnico-cultural de las clases y grupos explotados.

“En el método dialéctico de conocimiento aplicado por Carlos Marx a las ciencias sociales, se destaca la doble acepción que recibe un concepto en vinculación con la relación/contradicción existente en su seno; relación/contradicción que permite al concepto autoimpulsarse, modificarse en calidad, en relación con fuerzas de acción y reacción existentes en él. Así una mercancía contiene, en su misma acepción, dos definiciones: valor de uso y valor. Estas dos definiciones, opuestas y contradictorias pero que conforman una unidad- en este caso la mercancía- se aplican en relación con el pensamiento marxista a todas las ciencias sociales a fin de lograr definiciones (y cursos de acción revolucionarios) mas precisas de la realidad. Asimismo, la dialèctica marxista tiene en cuenta las transfiguraciones de conceptos, en relación con sus equivalencias, referidas a un tercer concepto (a=b; b=c;, por lo tanto a=c). Así, de acuerdo al trabajo humano medio que insume la producción de mercancías, estas se homologan en valor. (…) Sus equivalencias se expresan, como dijimos, en relación con la cantidad de tiempo social necesario para producirlas, y también en su vinculación con una mercancía general, excluida de todas las demás: el dinero, equivalente general de todas las mercancías. Aplicando lo anterior en términos sociales, los conceptos etnia oprimida y clase social explotada se homologarían en relación con la unidad histórica que los contiene: la explotación capitalista. Sin embargo, esta explotación clasista, en el marco de la etnicidad/culturalidad oprimida como fenómeno evidente, aparece para algunos sólo como opresión étnico- cultural.

De la misma forma en que la plusvalía arrancada por el capitalista al trabajador en el proceso productivo se transfigura en ganancia, que emerge a la superficie en el proceso circulatorio de la mercancía, la clase explotada se configura sólo como etnia oprimida. Lo que se ve, lo que aparece, la ganancia, no es lo esencial, es lo accesorio, lo secundario, una transfiguración de la plusvalía. De acuerdo con este enfoque y para el caso, la etnia oprimida o nacionalidad oprimida es la forma particular de presentarse de un sector- mayoritario en Bolivia- de la clase explotada, aunque esta clase no aparezca como ‘proletaria’, o sea asalariada, puesto que se halla inserta en el capitalismo de distintas formas, entre ellas las de ejército de reserva o campesino sin tierra, expropiado en su libertad y su vida por el sistema capitalista” ( “Un discurso de Evo, Indígenas y Revolución”, www.rebelion.org/, 26 de febrero del 2006)

Ya José Carlos Mariátegui definió en su trabajo “Siete Ensayos sobre la Realidad Peruana”: “Todas las tesis sobre el problema indígena que ignoren a este como problema económico social, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos- y a veces solo verbales- condenados a un absoluto descrédito. No las salva a algunas su buena fé. Prácticamente, todas no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La crítica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial y adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los gamonales” (“Siete Ensayos….”, El problema del indio, Su nuevo planteamiento, página 15, Corporación Editora Chirre S.A., Lima, Perú, 2006)

A pesar del tiempo transcurrido y de tanta agua pasada bajo los puentes del capitalismo depredador y explotador, la esencia del pensamiento mariateguista sobre el tema sigue vigente.

Enfoques

Según el antropólogo mexicano Hector Diaz Polanco, ya citado mas arriba, existen tres posiciones con respecto al ‘problema campesino’ y específicamente al ‘problema indígena’, posiciones que “ reflejan tres puntos de vista de clases claramente diferenciados”. Una de ellas, definida como Indigenista, que sostiene el punto de vista de la clase poseedora de tierras y medios de producción que confiscó históricamente las tierras y vidas de aborígenes a sangre y fuego, caracteriza a los indígenas como ‘atrasados’, al igual que su cultura, y propone como resolución del problema la integración del originario/campesino a la “sociedad global”, es decir, la pérdida de su identidad como originario para asumir la de ciudadano común…de segunda o tercera categoría. La segunda, caracterizada como Etnopopulista (más conocida como Indianista, a partir de un Encuentro llevado a cabo en Tihuanacu, Bolivia, en 1979) “patentiza el carácter positivo” de los sistemas económicos y culturales ‘originarios’, “a tiempo que pone de relieve los efectos desfavorables del sistema capitalista”. Este enfoque, denominado por Lenin como pequeñoburgués (aunque no peyorativamente) se caracteriza, en términos generales, por idealizar el sistema pre-capitalista y pre-colonialista de producción y, en vez de superar al capitalismo y construir el socialismo, intenta regresar a un supuesto momento idílico de la historia. Sin comprender que el modo de producción mercantil simple, que caracterizó a las sociedades precapitalistas indoamericanas, donde no existía la ley del valor y por lo tanto la mercancía (valor de uso producido para intercambio) como portadora de valor, fue reemplazado por el modo de producción capitalista, los “indianistas” o etnopopulistas, pretenden retroceder la historia a un pretendido sistema ideal, donde el “materialismo armónico” originario (propio de sociedades preclasistas en el sentido marxista de la palabra) se opondría al materialismo dialéctico e histórico, surgido en el marco de la lucha de clases de explotados contra explotadores capitalistas, el cual, según ellos, no sería más que una manifestación de pensamiento colonial por el hecho de haber emergido en Europa. La tercera posición en cuanto a analizar (y por lo tanto resolver en la acción) el ‘problema indígena’ es la marxista revolucionaria. Diaz Polanco, sostenedor de esta posición, planteada desde un punto de vista proletario, afirma que “la solución de los problemas de los campesinos y grupos indígenas de la explotación, la discriminación, la pobreza, etcétera” es la destrucción de “la fuerza que, en fin de cuentas, es responsable de tal situación: el capital. Las singularidades culturales y, en general, la identidad étnica, solamente podrán ser garantizadas y desarrolladas dentro de esta nueva organización de la sociedad”. (“La Cuestión Etnico-Nacional”, Héctor Diaz Polanco, Editorial Línea, México, 1985, Capítulo II, Indigenismo, Etnopopulismo y Marxismo, páginas 35 a 59)

Si bien el primer punto de vista presenta contradicciones irresolubles con los otros dos, entre el etnopopulista y el marxista es donde se presentan los mayores debates que suman exponentes del campo popular.

En la década de los 80 y específicamente en Centroamérica insurreccionada contra el imperio, se presentaron materiales expuestos por militantes revolucionarios y cientistas sociales vinculados al proceso revolucionario sandinista en Nicaragua y a la revolución guatemalteca. En Guatemala, las organizaciones que conformaron la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca(URNG) expresaron en distintas tesis la praxis a tener en cuenta con respecto a las luchas indígenas de su país, conformado en un 60% por originarios, los cuales miles de ellos fueron exterminados por uniformados de las Fuerzas Especiales locales (*Kaibiles*), a las cuales pertenecieron el hoy juzgado/desjuzgado general Efraín Rios Montt, ex presidente de facto del país, y el actual primer mandatario Otto Perez Molina. En su tesis titulada “Los Pueblos Indígenas y la Revolución Guatemalteca”, el Ejército Guerrillero de los Pobres /EGP) sostenía, en relación con la alianza obrero-campesina e indígena-ladina(mestiza): “La doble condición del indígena como explotado y como oprimido; el esclarecimiento de la especificidad de esta segunda contradicción; la ubicación de la contradicción étnico-nacional como complemento fundamental de la contradicción clasista y el acertado planteamiento y solución de ambas contradicciones en el marco de la problemática general de nuestro país, es una de las claves de la estrategia revolucionaria y lo que le otorga su especificidad a la revolución guatemalteca”. ( en “La Cuestión Etnico-Nacional”, ya citado, Anexo d, páginas 146 a 161)

En la Nicaragua Sandinista de los años 80 se generó un conflicto, atizado por el imperialismo yanqui y organizaciones “indígenas” por él financiadas y auspiciadas a través de la CIA y otras agencias, que enfrentó a los miskitos, habitantes mestizambos de la Costa Atlántica, con la Revolución Popular Sandinista, que a fines de los años 80 promulgó la Autonomía de la Costa Atlántica en el marco de su vinculación con el Estado revolucionario. En el contexto de este conflicto, el antropólogo Edmundo Gordon-Gitt, costeño nicaragüense, escribió: “…mientras la explotación de clase continúe existiendo, la mayoría de los miembros de un grupo étnico oprimido seguirá siendo explotada como parte integrante de las clases populares. De la misma manera, la explotación de clase, casi por definición, no podrá ser eliminada mientras la explotación étnica continúe existiendo. En términos económicos, la base para esta última es la superexplotación”. (revista Wani, CIDCA, Managua, Nicaragua Libre, 1984, “Explotación de clase, opresión étnica y la lucha simultánea”, E. G. G.)

Alianzas y perspectivas

Si bien los originarios han sido los primeros superexplotados de Nuestra América y continúan siéndolo, cabe destacar que no todos ellos son pobres. Ante esta realidad y para dejar en claro cuales deben ser las políticas de alianzas de los obreros y campesinos con los originarios en términos de la lucha contra el enemigo común, y a la vez las alianzas entre grupos originarios que no pertenecen a la misma clase social en una neocolonia, los revolucionarios del EGP, en su momento, sostuvieron: “Los sectores de clase indígena que no son explotados- las capas medias rurales y urbanas y los núcleos de la burguesía comercial e industrial- tienen en el proyecto revolucionario de indígenas y ladinos pobres mas coincidencias y alternativas económicas, sociales y políticas, en todo caso, que con el actual régimen de explotación, opresión y discriminación, sobre todo en la medida en que estos sectores, a pesar de su condición de clase, no escapan a los efectos de la opresión y la discriminación étnico-cultural que genera el sistema” (E.G.P., “Los pueblos indígenas…”, página 157)

Hoy, Bolvia cuenta con un Presidente originario: Evo Morales Ayma. En su discurso del 10 de febrero del 2006, ya citado mas arriba, y refiriéndose a las alianzas necesarias para consolidar la unidad anticapitalista y antiimperialista en el país, sostuvo: “Quiero decirles, hermanos, hermanas, que la historia a esta altura se repite; la lucha de los pueblos indígenas, aymaras, quechuas, sigue vigente, y si bien ganamos estas elecciones, es justamente con el apoyo de la clase obrera, la clase media, la clase intelectual, inclusive empresarios. Ojalá esta alianza, como la historia orureña recuerda, no se acabe, y que también algunos sectores se vuelquen hacia los pueblos indígenas, no solamente en Oruro sino en toda Bolivia, y por que no decir en Latinoamérica”. La nueva Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia reconoce 36 naciones indígenas, que en el marco de su autonomía se hallan acrisoladas en el único Estado nacional.

Es claro que la ‘cuestión indígena’ debe ser factor de unidad entre todos los sectores antiimperialistas y revolucionarios, y no de quiebre del campo popular en cuanto a consideraciones étnicas, culturales, idiomáticas, territoriales o de cualquier otra índole, que es lo que estratégicamente auspician el imperialismo yanqui y sus satélites desde hace tiempo. Y que han tratado de utilizar, como hoy lo hacen, las contradicciones étnico-culturales y otras afines para dividir Estados naciones de acuerdo a sus conveniencias.

En Argentina, aunque parcialmente invisibilizadas, existen agrupaciones originarias en provincias como Salta, Jujuy, y otras del noroeste y noreste el país. En La Pampa, Buenos Aires, Rio Negro, Neuquén, Chubut y Santa Cruz, entre otras, hay agrupaciones de originarios que viven a diario la opresión étnico-cultural y la explotación de clase. Descendientes de las masacres iniciadas con la conquista, consolidadas mediante las campañas militares del Desierto y del Chaco de fines del siglo XIX, de los robos cometidos por oligarcas y estancieros locales y extranjeros vinculados con funcionarios oficiales; utilizados en trabajos estacionales, elecciones, y hasta ilícitos, los originarios argentinos pelean por sus reivindicaciones en el marco de la lucha popular total contra la explotación, la opresión, el imperialismo y el neocolonialismo, tenga el disfraz que tenga.

No están solos en sus patriadas. Todo el campo popular las acompaña en el marco de la conquista de la liberación nacional y social de la Patria de todos, la Patria Socialista.