Posted on: 24 diciembre, 2013 Posted by: MULCS Comments: 0

América Nuestra N°2 – Año 1- diciembre 2013 –

Las perspectivas de la izquierda popular, revolucionaria, latinoamericanista y de clase en nuestro país

Nos proponemos avanzar en el debate de cuáles deberían ser la estrategia, las tácticas de construcción y el rol a cumplir, según nuestra opinión, de una izquierda internacionalista y latinoamericanista, clasista y revolucionaria en nuestro país.

Con ese objetivo, que entendemos es un debate actual y necesario para numerosas organizaciones políticas y sociales en la Argentina, trazaremos un breve cuadro de las fuerzas políticas existentes, a la luz de la situación a fines de 2013 después de las recientes elecciones legislativas, y de la situación general de los procesos de cambio y de disputa en nuestro continente, en Nuestra América.

No pretendemos agotar el tema, sino contribuir al debate de las distintas instancias políticas y de las distintas herramientas político-organizativas necesarias, que se viene dando en la mayoría de las fuerzas políticas y sociales de la llamada “nueva izquierda”.

Aspiramos a que este debate nos sirva para ir clarificando cuáles son las tareas necesarias para el conjunto de las organizaciones populares de esta izquierda en construcción, en el camino de aportar a una poderosa herramienta política de masas, que permita capitalizar y centralizar para los intereses populares las luchas sectoriales, las inmensas energías que encontramos en crecientes sectores de nuestro pueblo, en el camino de una sociedad sin explotadores ni explotados, en una perspectiva socialista.

La disputa entre tres proyectos políticos en nuestro continente

Para analizar brevemente la situación y las perspectivas políticas en América Latina y el Caribe, creemos que es preciso considerar la historia política y social de las últimas décadas en nuestra región.

Después de la derrota de la mayor parte de los proyectos revolucionarios en nuestro continente entre las décadas del 70 y del 80 (en un lapso de tiempo más amplio, que podemos ubicar entre el Golpe de Estado en el Brasil de 1964 hasta la derrota electoral, en el marco de la guerra contrainsurgente, del FSLN en la Nicaragua de 1990), el traspaso de las dictaduras militares a las “democracias formales” se realizó en un profundo predominio ideológico, político, económico y militar del imperialismo norteamericano sobre la región, combinado con el predominio del gran capital financiero desde mediados de los 70 y su ideología “orgánica”, el neoliberalismo.

Los documentos de Santa Fe I y II, que enmarcaron teóricamente el control imperial de EEUU durante el Gobierno de Reagan, diferenciaban claramente entre el poder temporal (los distintos gobiernos de turno, que eran elegidos por medios formalmente democráticos) y el poder permanente (el poder político norteamericano, las grandes empresas transnacionales, el capital financiero), que definía y mandaba a aplicar sus planes de dominación en toda la región (el llamado “Consenso de Washington”). A mediados de la década de 1990, este esquema estaba plenamente vigente en toda América Latina y el Caribe, con la única excepción de Cuba (que luchaba contra sus propias dificultades económicas en el “período especial” abierto después del fin de la URSS).

En nuestro continente predominaban las políticas de privatización de la salud y la educación, de la seguridad social y las jubilaciones (con el ejemplo de Chile y las AFP, las Administradoras de Fondos de Pensiones), de las empresas básicas de la economía (petróleo, transporte, telefonía, gas, electricidad, siderurgia), y la destrucción de los derechos sociales y sindicales de los trabajadores a medida de los intereses del gran capital financiero transnacional. Este predominio se daba con distinta fuerza en cada país, según el avance de los procesos de resistencia (por ejemplo, la lucha en Uruguay, que consiguió conservar la propiedad estatal de las empresas de energía y servicios básicos, y el derecho al agua potable como principio constitucional).

Ese marco político comienza a modificarse a partir del avance del proceso bolivariano en Venezuela, que en etapas sucesivas (desde el Caracazo de 1989, la sublevación encabezada por Chávez en 1992, de Chávez en 1998, la victoria electoral de Chávez en 1998, la derrota del Golpe de Estado y del paro petrolero entre 2002 y 2003) fue consolidando un nuevo discurso que comenzó a penetrar en los pueblos de Nuestra América, reinstalando el antiimperialismo y promoviendo la discusión sobre el socialismo a nivel de las grandes masas populares.

La unidad política entre el proceso bolivariano en Venezuela y la Revolución Cubana, junto a una década de lucha contra el proyecto norteamericano imperialista del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), permitió desde 2004 la formación del ALBA – TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos), hoy conformada además por Bolivia, Ecuador y Nicaragua, y varios pequeños países caribeños (Dominica, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda, Santa Lucía). Con contradicciones y debates, con avances y retrocesos, este bloque viene impulsando un proceso de cambio social en sus países, y promoviendo las perspectivas antiimperialistas y socialistas en todo el continente.

Un bloque de países, encuadrados desde 2011 en la Alianza del Pacífico, actúan abiertamente como expresión de los intereses imperialistas y neoliberales en la región. Integrado actualmente por México, Colombia, Perú y Chile, y con varios países de Mesoamérica como miembros observadores (Panamá, Costa Rica, Guatemala), a través de este bloque EEUU puede llevar adelante los TLC (Tratados de Libre Comercio), y aumentar la presencia de bases militares que amenazan y condicionan al resto de América Latina y el Caribe.

Al mismo tiempo, consideramos que se desarrolla un bloque intermedio, liderado por Brasil (con sus propias pretensiones de potencia sub-imperialista), y que integran, entre otros países, Argentina y Uruguay, que lleva adelante reformas sociales y políticas limitadas, y al mismo tiempo negocia condiciones de desarrollo con el gran capital monopólico y sus aliados regionales. Usando la célebre imagen del péndulo de Perón (ese péndulo entre medidas a izquierda y derecha, que tradicionalmente terminaban en la derecha), este bloque trata de limitar el contenido genuinamente socialista y transformador del ALBA, mostrándose ante el imperialismo como garantía de su contención política en los marcos de lo permitido, y al mismo tiempo protege, “ampara”, a los países del ALBA, en particular a Venezuela y Bolivia, de los ataques más directos del imperialismo norteamericano y sus aliados.

Por supuesto, no hay que olvidar que este es un marco esquemático, y que la vida real, la lucha política permanente, es más cambiante y contradictoria que cualquier esquema, y que distintos niveles de alianzas y debates atraviesan (y atravesarán) transversalmente el cuadro de situación en nuestro continente.

Las fuerzas políticas principales en la Argentina

Cuando analizamos las fuerzas políticas que predominan en nuestro país, es evidente que en la última década la hegemonía ha estado en el bloque de fuerzas del kirchnerismo, que ha organizado en el FPV a lo central del PJ y a numerosos sectores de centro-izquierda tanto de identidad peronista como de otras identidades históricas.

Hemos analizado, en ocasiones anteriores, el papel cumplido por el kirchnerismo en la Argentina, como un sector político que supo comprender la necesidad de cambiar discursos y prácticas políticas después de la crisis política de 2001 y 2002, y de ser el árbitro entre los distintos intereses burgueses en nuestro país, y al mismo tiempo extender una política de concesiones y derechos a los trabajadores y el pueblo.

Aún en el marco de su mayor debilidad relativa después de las elecciones del pasado 27 de octubre, donde fue derrotado en las principales provincias por fuerzas de derecha más tradicionales, la fuerza política del Gobierno ha dado muestras de su voluntad de conservar la hegemonía política, y de promover iniciativas de distinto signo político, que le permitan sobrellevar sus retrocesos.

Las principales fuerzas de la oposición se ubican, en general, a la derecha de las iniciativas del FPV: el “peronismo opositor” (fortalecido por el triunfo del Frente Renovador de Massa en la provincia de Buenos Aires), el PRO de Macri, las fuerzas “republicanistas” del acuerdo inestable entre la UCR, el FAP (Partido Socialista, GEN, Libres del Sur, y otras fuerzas) y la Coalición Cívica de Carrió. Con matices y contradicciones secundarias, estas fuerzas suelen promover un discurso basado en la ética pública, la necesidad de promover las inversiones del gran capital, de dar seguridad jurídica a esos capitales, y en general de moverse internacionalmente en un eje permanente con EEUU y la Unión Europea, con mayor o menor acercamiento con Brasil y el MERCOSUR. Esta oposición carece, todavía, de liderazgos claros, pero se encuentra en un proceso de disputa interna por ver quién o quiénes consiguen la hegemonía política e ideológica.

Desde el punto de vista de su alineamiento internacional, la mayoría de estas fuerzas promueve, directa o indirectamente, mejorar el vínculo con la Alianza del Pacífico, y al mismo tiempo mejorar los vínculos económicos con Brasil, como potencia regional hegemónica, y con el MERCOSUR.

Dentro del amplio campo del kirchnerismo y del FAP, existen sectores, ubicados en sus márgenes izquierdos, que simpatizan con el proceso bolivariano y en general con los proyectos del ALBA, y al mismo tiempo aceptan direcciones políticas ajenas a esos procesos de cambio. Sería preciso construir un cambio profundo en la correlación de fuerzas, para que estos sectores modifiquen su perspectiva política y jueguen a favor de los proyectos de transformación social y nacional en nuestro país, y en la política latinoamericana.

Las propuestas existentes en el campo popular, y la construcción de una propuesta superadora con aspiraciones revolucionarias

En la Argentina actual hay tres bloques de fuerzas que, con mayor o menor nivel de consolidación, actúan sobre el amplio campo de las fuerzas populares, y que influyen política e ideológicamente sobre las orientaciones de la llamada “nueva izquierda”: el FIT (Frente de Izquierda y de los Trabajadores), que orienta a la mayoría de las corrientes de tradición troskista; la corriente liderada políticamente por la CTA opositora, con el liderazgo de De Gennaro, y sus aliados políticos (PCR, MST); y el “progresismo kirchnerista”, que agrupa a diversas fuerzas del kirchnerismo no “pejotista”.

El FIT ha conseguido una elección legislativa muy importante, superando el 5% de los votos en muchas provincias, y obteniendo 3 diputados nacionales. Al mismo tiempo, viene consolidando su influencia en sectores importantes de la clase trabajadora, en el movimiento estudiantil, y es visto por esa vanguardia social que se desarrolla en las luchas como una alternativa política diferenciada de las propuestas políticas tradicionales.

Pero en el FIT predominan enfoques sectarios. En la política nacional, al no establecer matices entre los distintos proyectos burgueses, en muchas ocasiones sus posturas han coincidido con las propuestas de los sectores ubicados en la derecha política (por ejemplo, en la Ley de Medios, donde la postura principista encubre un pacto mediático con el Grupo Clarín, o en la reestatización parcial de YPF), y anteriormente en el apoyo del PO a movilizaciones con orientaciones reaccionarias (como ocurrió con las propuestas represivas de Blumberg). En el terreno internacional, condenan a los Gobiernos y a los procesos de cambio en los países del ALBA como expresiones del “nacionalismo burgués”, que desvía a las masas de sus verdaderos objetivos, y se ubican dentro del campo “democrático radical” frente a las agresiones imperialistas, como ocurrió con los ataques de EEU y la OTAN a Libia y Siria, donde se proclamaron como una tercera opción (invocando la alianza en abstracto de los obreros, los estudiantes y las masas árabes) frente a las dos supuestas formas de injerencia extranjera: la intervención militar directa promovida por la OTAN, y el apoyo del bloque del ALBA a los regímenes “autocráticos”.

Al mismo tiempo, las fuerzas del FIT son profundamente hegemonistas (es decir, prefieren criticar o destruir a todas las formas de organización política popular que no pueda controlar), y antidemocráticas en sus métodos de construcción y de relacionamiento con el resto de las organizaciones del campo popular.

La corriente política que dirige la CTA opositora, dirigida por la Unidad Popular conducida por De Gennaro, con aliados como el MST y el PCR, viene de una derrota en las últimas elecciones legislativas, pero es una fuerza con peso dentro del movimiento sindical (con predominio entre estatales y docentes), con aceitados vínculos internacionales (en particular, en el movimiento obrero y en los países del ALBA), y que tiene un peso superestructural en el terreno político cultural. En general, esta corriente tiene métodos burocráticos de construcción, se ha ubicado al lado de la derecha política en los momentos más agudos de la disputa interburguesa (como en el conflicto entre las patronales agropecuarias y el Gobierno en 2008), y tiene vínculos históricos con sectores dominantes dentro de la Iglesia Católica. En el terreno internacional, el “degennarismo” no diferencia entre los países más avanzados en la transformación popular (como Venezuela y Bolivia) con respecto a otros procesos como en Brasil y Uruguay.

Finalmente, el amplio abanico de fuerzas del “progresismo kirchnerista” incluye a las distintas fuerzas peronistas no encuadradas totalmente en el PJ, como a fuerzas no peronistas como el PC, y se desarrolla en un marco de acuerdos y disputas con los sectores dominantes del PJ. En algunas ocasiones incursiona en sus propias listas electorales, por cierto con aval del Gobierno (como fue el caso de Milagro Sala en Jujuy, o la colectora de Alternativa Popular en la ciudad de Buenos Aires), y se subordina generalmente a las directivas y perspectivas de lo permitido por el Gobierno nacional. Estas fuerzas tienen una mirada latinoamericanista similar a la que podríamos suscribir, pero también en este sentido se mantienen dentro de los límites que le impone el kirchnerismo. Muchas de estas fuerzas adscriben a diversas variantes de la “real politik”, y consideran que las tareas nacionales inconclusas, antiimperialistas, deberían ser llevadas adelante necesariamente por la burguesía no imperialista.

Seguramente, con muchas de estas corrientes desarrollaremos distintos niveles de unidad y de disputa en distintos campos: en las luchas sindicales y sociales, las fuerzas de nuestra izquierda en construcción coincidimos con las organizaciones y compañeros del FIT; en el terreno de la unidad latinoamericana, tendremos más coincidencias con compañeros enmarcados en las corrientes de la CTA opositora o en fuerzas vinculadas al kirchnerismo; y en muchas luchas sociales, deberemos coincidir (y disputar al mismo tiempo) con sectores de los distintos bloques.

Consideramos que la estrategia general de estos tres bloques se enmarca atrás de las distintas propuestas burguesas en disputa (como ocurre tanto con la corriente “degennarista” como con el “progresismo kirchnerista”), o en una perspectiva sin visión de poder (como ocurre con las corrientes del FIT). En ese sentido, no tenemos expectativas de que esas direcciones políticas puedan construir una alternativa amplia, unitaria, basada en los intereses de los trabajadores y las mayorías populares, que luche en la perspectiva de los cambios profundos y revolucionarios necesarios en nuestro país.

Es importante resaltar que cuando mencionamos la política de los distintos bloques que actúan sobre el campo de la izquierda, hablamos de sus núcleos de dirección, y que es preciso desarrollar la mayor unidad de acción que nos sea posible con compañeros y compañeras de estos espacios políticos en todos los terrenos concretos de lucha y organización.

Al mismo tiempo, existen numerosas fuerzas y organizaciones políticas y sociales, que podemos ubicar dentro del campo de la llamada “nueva izquierda”, que en general nos reconocemos como parte del desarrollo posterior a las rebeliones populares de 2001 y 2002. Estas corrientes no nos ubicamos directamente en los tres bloques mencionados, pero la falta de cohesión y de construcción de una identidad y de un proyecto político común nos lleva a movernos bajo su influencia ideológica y política. En este sentido, dotar (dotarnos) de un proyecto político común y superador, de una identidad común y colectiva, es una tarea central en esta etapa.

Construir una izquierda con contenidos y principios revolucionarios, con amplitud y flexibilidad en los movimientos de masas

Debatir colectivamente cuáles serán los contenidos de ese proyecto político es un debate actual que atraviesa a la gran mayoría de las organizaciones y colectivos de la llamada “izquierda independiente”. En buena medida, muchas organizaciones compañeras comenzaron dando el debate de que las organizaciones sectoriales, que responden a reclamos y necesidades muy sentidas de las masas populares (por ejemplo, los movimientos de trabajadores desocupados), son y serán necesarias, pero que son insuficientes para dar respuestas políticas colectivas e integrales. En ese camino, la identidad de nuestras corrientes en la “izquierda independiente” se fue construyendo en relación a la izquierda que no queríamos ser, la llamada “izquierda tradicional”. Pero, necesariamente, el desarrollo de una propuesta política más acabada requiere de afinar cuáles son nuestros contenidos y acuerdos, con mayor profundidad.

Creemos que hay que construir una izquierda profundamente popular, latinoamericanista e internacionalista desde su origen, clasista, que sea amplia y flexible en su ida y vuelta con las masas populares y con sus movimientos de lucha, y firme en los principios revolucionarios y de clase. En definitiva, avanzar en la conformación de una nueva izquierda revolucionaria, que sepa recoger los aspectos más valiosos de las experiencias históricas de nuestro pueblo y de nuestra clase, que pueda reconocer los avances y las dificultades de los intentos de construcción del socialismo en el siglo XX, que proyecte las construcciones del pasado en el futuro, en la construcción de un socialismo profundamente nuestroamericano y popular, con el protagonismo y la participación de las mayorías populares, en particular de nuestra clase trabajadora.

Potencialmente, las organizaciones de esta izquierda popular, latinoamericanista y clasista formamos parte de un nuevo bloque dentro del amplio campo popular y de la izquierda en nuestro país. Para que deje de ser sólo una posibilidad, será preciso construir debates y prácticas comunes, entendiendo que la teoría y la práctica se vinculan íntimamente y se enriquecen entre sí.

En los últimos tiempos, varias agrupaciones originadas en el movimiento estudiantil, en los movimientos de trabajadores desocupados, en el trabajo cultural y barrial, han comenzado a conformarse como corrientes políticas, y por lo tanto se plantean analizar y actuar sobre nuestra realidad política, en la Argentina, y también en el mundo, de un modo más completo e integral.

Cuando proyectamos, cuando pensamos, en esta izquierda en construcción, la concebimos en términos de un amplio colectivo político – cultural, que dispute en el terreno de las ideas y los contenidos con los distintos bloques políticos que actúan en el movimiento popular, en particular con las concepciones más sectarias agrupadas en torno al FIT, que vienen hegemonizando el concepto de “izquierda” para la gran mayoría de la población argentina. Por cierto, también será preciso ir construyendo un Frente político más estable, más “orgánico”, cuyo objetivo no será nunca centrarse en sí mismo, sino abarcar al conjunto de las fuerzas de esta nueva izquierda popular y revolucionaria, y vincularse estrechamente con los movimientos de masas que surgen y se desarrollan cada día entre nuestro pueblo.

Finalmente, consideramos que las organizaciones de la izquierda revolucionaria tenemos que saber combinar todas las formas de lucha que sean necesarias, sabiendo entender las necesidades y reclamos populares en cada etapa. En las condiciones actuales, es necesario, como parte de la disputa política hacia las mayorías populares, participar desde este espacio en el terreno electoral.

Sabiendo que se trata de un terreno minado por las instituciones y por los medios ideológico-culturales del imperialismo y de los grupos monopólicos dominantes, cuando nuestro pueblo entiende que ahí se debaten sus problemas y reivindicaciones más sentidas, es preciso participar, para que nuestros esfuerzos y nuestro desarrollo en los distintos movimientos de masas no sean capitalizados por propuestas políticas sectarias, o peor aún por corrientes políticas contrarias a los trabajadores que sepan tomar esos reclamos con objetivos y reclamos absolutamente contradictorios.

Sabemos que la disputa central no se da en ese terreno, sino en construir una política amplia y de clase en el seno de las masas. Pero tenemos la convicción de que hoy en día es necesario utilizar ese terreno, para llegar con propuestas de cambio social profundo a nuestro pueblo y nuestra clase.

El rol del MULCS en la próxima etapa

Para aportar al proceso político más general, necesitamos avanzar en la construcción del MULCS (Movimiento por la Unidad Latinoamericana y el Cambio Social) en todos los planos: en nuestro crecimiento orgánico, en la prensa y propaganda que difunda nuestras ideas y nuestras prácticas, en la inserción y el compromiso entre los trabajadores, en el movimiento estudiantil, en los barrios populares, en el movimiento juvenil, en el compromiso con las luchas de nuestro continente y en todo el mundo, entre los intelectuales revolucionarios, en el movimiento feminista y antipatriarcal, en los movimientos ambientales. Será preciso que seamos más firmes, más constantes, más audaces, en todas las tareas que acordemos como prioritarias. Nuestro Movimiento será profundamente internacionalista, latinoamericanista, sólidamente basado en las concepciones marxistas, en las tradiciones revolucionarias de nuestros pueblos.

Por supuesto, la construcción del MULCS no es un fin en sí mismo, como no debe serlo ninguna instancia política organizativa: estará al servicio de la conformación de la izquierda revolucionaria a la que aspiramos, y esta izquierda, a su vez, no es más que un vehículo para la construcción política de masas, que involucre conscientemente a millones de trabajadores y trabajadoras, hombres y mujeres de nuestro pueblo, en la lucha por el poder del pueblo, desde las construcciones reales por abajo, desde la más amplia unidad, por la construcción del Poder popular y socialista en nuestro país y en Nuestra América.

Pero, en un ida y vuelta constante, el máximo nivel de organización política que podamos construir desde nuestro Movimiento servirá para afianzar estas propuestas ante las masas populares en lucha. En ese marco, construir al MULCS como organización colectiva, en todos los frentes de lucha donde participamos y luchamos, y en aquellos que deberemos participar en el futuro, será nuestro aporte al avance del proceso revolucionario en nuestro país y en nuestro continente, junto a promover la unidad política y de acción en los distintos planos de las luchas populares.