Posted on: 16 julio, 2020 Posted by: MULCS Comments: 0

por Guillermo Cieza

16/7/2020

Parecerse a Venezuela se ha convertido en un estigma que ningún político de derecha, progresista y de buena parte de la izquierda quiere cargar. Cualquier asociación es rechazada como si fuera una peste. Hablar de Venezuela y del proceso bolivariano se ha convertido en la Argentina y en la casi totalidad de los países latinoamericanos y del mundo en un recurso barato que da status de sensatez política. Mencionar «el desastre de Venezuela», es la contraseña para que muchos intelectuales vean publicados sus artículos en periódicos del sistema o sean invitados a programas de televisión.

En tiempos donde nos apabullan con datos mundiales sobre el  coronavirus y comparaciones entre países, la casi totalidad de los  periodistas televisivos, con las honrosas excepciones de Pedro Brieger y Víctor Hugo Morales, esquivan datos inquietantes. Nuestra Argentina, presentado como el gran ejemplo de política sanitaria en América del Sur para enfrentar el coronavirus con 44 millones de habitantes, ronda los 100.000 casos y los 1.800 fallecidos. Venezuela, con 30 millones, tiene apenas 9.000 casos y 81 fallecidos (datos del 12 de julio de 2020).

La confusión sobre lo que ha ocurrido en Venezuela en los últimos 20 años no ha sido solamente patrimonio de las grandes usinas mediáticas del imperio y sus redes monopólicas. En Argentina y otros países del mundo, buena parte del progresismo y de la izquierda hace comentarios o menciones sobre Venezuela sin contar con información básica.

El libro «Venezuela, vórtice de la guerra del siglo XXI», que es una compilación de Giordana García Sojo y Taroa Zúñiga Silva, que fue publicada en edición digital por distintas editoriales Latinoamericanas (El Colectivo, Trinchera, Letra Andante, La Fogata, El Combatiente, Ejercito comunicacional de Liberación, etcétera), aporta precisamente eso tan necesario: información básica sobre distintos temas que abordan quienes los conocen, han trabajado en ellos y tienen autoridad para desarrollarlos.

Para empezar diría que no creo que haya mejor explicación de los males que padece Venezuela que la que nos da la profesora de la UCV y economista Pascualina Curcio cuando afirma:

«Con la llegada de la Revolución Bolivariana, liderada por Hugo Chávez, los venezolanos, de manera organizada, pacífica y democráticamente, decidimos ser libres e independientes. Deci­sión que implicó no sólo dejar en alto la dignidad de todo un pue­blo, sino disponer de manera soberana el uso de las inmensas ri­quezas que antes estaban a disposición de los grandes capitales; recursos que además de estar geográficamente bien localizados representan las mayores reservas de petróleo, oro, coltan, torio, diamante y agua del planeta. Decidimos además transitar hacia un modelo de justicia so­cial e igualdad, alternativo al sistema capitalista. Es este el ori­gen del conflicto. La principal razón por la cual el imperialismo ha optado por declararnos la guerra es el temor que siempre han tenido ante la posibilidad de que un modelo económico, social y político distinto al capitalista se consolide y muestre sus logros«.


Más claro, imposible. Seguramente quienes elijan no ser libres, ni defender sus bienes naturales, ni plantear proyectos de país alternativos al capitalismo, no tendrán los problemas que tienen Venezuela. Tendrán otros problemas. Decir que Venezuela está pagando el precio por su  decisión de ser libres, que es el mismo precio que pagaron todas las revoluciones, me parece un necesario punto de partida.

La primera parte del libro «Surgimiento del chavismo en la Venezuela-mina», comienza con un artículo imprescindible para quien quiere enterarse del origen de quienes revolucionaron la política venezolana. Este es el artículo de Reinaldo Iturriza: «El chavismo: de dónde viene y por qué aún resiste».


Intentando explicar qué es el chavismo, Iturriza rescata un comentario de Chávez, cinco años antes de ser Presidente y cuando esta fuerza política emergente ni siquiera tenía nombre, haciendo referencia a una huelga general en Guadalito (Apure):

Son procesos en los que el pueblo deja de ser objeto para pasar a ser sujeto. Y eso reivindica la historia real que nos han ocultado […] A pesar de su empeño por tapar ese hecho, esos eventos forman parte de una resurrección, de un pueblo que vuelve a tener fe en sí mismo y en la fuerza transfor­madora que guarda en su seno […] Pero nosotros lo que hace­mos es creer en la fuerza del pueblo, creer en el hombre rebelde de Albert Camus, esa solidaridad que lleva a la gente a la unidad […] Creo que esos hechos estarán a la orden del día en los años que vienen. Y creo que hay ese cambio del pueblo objeto, al pue­blo sujeto de su propia historia, transformándose a sí mismo, por descubrimiento de su fuerza potencial

En la medida que se lo lee a Iturriza se advierte que gran parte de la incomprensión del chavismo en países como el nuestro, se explica porque intentamos a asociarlos a miradas y experiencias políticas diferentes.  Porque: ¿cómo podrían entender la cita de Chávez que hace Iturriza una izquierda que mira por encima del hombro a nuestro pasado nacional? ¿Cómo puede entender al chavismo un progresismo que no distingue inclusión social de protagonismo político popular?

La lectura de Iturriza da la clave de por qué el pueblo ha resistido los cortes  frecuentes de servicios básicos como el agua, el gas o internet, la escasez de alimentos y medicamentos y aún más, ha sostenido un gobierno a pesar de que, como dice el autor: «Hoy día, parte importante del chavismo tiene una valoración muy negativa de lo que pudiera llamarse el funcionariado promedio, del liderazgo político partidista y gubernamental…»/ «….. Pero un dato igualmente crucial es que este malestar, con sus efectos políticos asociados, no se traduce en una identificación política con el antichavismo«.


¿Cómo entender eso en un país como Argentina donde la pérdida de apenas unos puntos de consumo, movilizó a que una franja importante de votantes del progresismo se volcara a la derecha?

Iturriza nos explica las claves de esa resistencia: «El chavismo aún es capaz de resistir porque aquellas ideas-fuerza en torno a las cuales se amalgamó tienen plena vi­gencia. No sólo resiste y resistirá más allá de la existencia de un Gobierno chavista, sino que es resistencia hecha cuerpo inclu­so entre los millones que, de viva voz, manifiestan su voluntad de desafiliarse de la identidad política. En esa manifestación de voluntad hay mucho de malestar respecto de las acciones y omi­siones del Gobierno para lidiar con la situación, como ya preci­saba, y en cambio muy poca intención de arrear las banderas históricas del chavismo«.

Uno de los temas predilectos de quienes hablan de Venezuela sin tener información básica es  hablar del rentismo petrolero y asociar el ciclo político del chavismo al alza o baja  mundial de los precios del petróleo. Para quien quiera enterarse de estos temas recomiendo leer el artículo de Luis Salas, «Mitos y verdades sobre el rentismo petrolero, durante y después de Chávez, notas para una discusión».

Salas nos dice en primer lugar que la vinculación entre soberanía política y soberanía económica que se plasma cuando se determina que las riquezas del subsuelo pertenecen a la Nación Venezolana ya está presente en la Ley de Minas de Simón Bolívar de 1829 y es reconocida por la primera Ley de Hidrocarburos de 1920. Nos dice tambien que ya hace casi un siglo, en 1925, las exportaciones de petróleo desplazaron a las agrícolas como principal fuente ingresos del país.


Salas aporta que el famoso boom petrolero mundial se produjo en gran medida porque desde el gobierno venezolano hubo una política activa de reorganización de la OPEP, lo que permitió aprovechar el crecimiento de la demanda mundial. Precisa además que el promedio del ciclo 1999 -2012 es de 55 dólares el barril, y no de los 100 dólares o más que alcanzó en algunos picos. Con el barril a 55 dólares Venezuela creció entre el cuarto trimestre de 2003 hasta el primero de 2008, cayó posteriormente por la crisis mundial hasta finales de 2010 y retomó el crecimiento hasta finales de 2012, donde cerró con una tasa de crecimiento del 5,6% del PBI. Ese crecimiento le permitió alcanzar en materia de Desarrollo Humano un Índice de 0,744, uno de los más altos del continente.

Salas trazó un panorama crudo de la actual economía venezolana: «A la fecha, desde 2012 hasta el cierre del primer se­mestre de 2019, estamos hablando de una caída del PIB en tor­no al 60% y del consumo familiar en torno al 70%, con una caída de la producción petrolera que la ubica a niveles de los años 40 del siglo XX y sin que se vislumbre nada en el horizonte cercano que la reemplace«. Finalmente Salas plantea que ninguna salida para la economía venezolana puede prescindir de la producción petrolera como aportante de recursos externos, pero que puede tomar dos caminos. Uno de ellos es a partir de una industrialización forzada con un gran costo social para acumular recursos que puedan financiarla. El otro significaría un regreso a políticas que se aplicaron desde 1999 que es  promover la ampliación del mercado interno y la desconcentración de la propiedad capitalista, para que sea reemplazada por formas socialistas con capacidad de reducir importaciones y generar cuotas destinadas a la exportación.

El proceso bolivariano puso sobre la mesa la cuestión del Estado. A finales de los 90 cuando se extendían en la izquierda propuestas como las de «hacer la Revolución sin tomar el Estado», el chavismo no sólo ocupó el Estado, sino que planteó una necesaria transición que incluía gestionar el Estado existente y construir un nuevo Estado desde los consejos comunales, comunas, milicias populares y otras formas de la llamada «nueva institucionalidad».

La posición original del chavismo sobre el Estado y sus devenires en el terreno de los hechos, ha generado múltiples interpretaciones, algunas para justificar sospechosos atajos institucionalistas, otras para volver a insistir en posturas de construir paraísos socialistas de espaldas al Estado y a contramano de cualquier realidad histórica verificable.

Por eso resulta muy interesante leer el artículo de Manuel Azuaje: «El Estado medusa. Viejas y aún vigentes estructuras en la Revolución Bolivariana».


Azuaje no escribe con los pies lejos de la tierra por eso puede afirmar: «una de las paradojas centrales en todos estos años ha sido el intento de impulsar un nue­vo Estado desde el Estado heredado, haciendo que su propia dinámica corporativa contamine las experiencias y, tal cual como Medusa, paralice los movimientos«. Quienes vivimos esa contradicción como parte del Estado Venezolano, pero con una orientación y una práctica que promovía crear una nueva institucionalidad que lo reemplazara,  sabemos de lo que habla.


Desde esa línea de pensamiento puede precisar que: «hoy en día las comunas que siguen resistiendo son aquellas donde las con­diciones objetivas estaban dadas para la construcción de un aparato democrático de la gestión social, es en el tejido poten­cial entre ellas donde reside la fuerza de otro Estado posible”.


La segunda parte del libro «Venezuela en el vórtice: guerra total al chavismo», como su titulo lo indica habla de la guerra. Esta no es una guerra convencional, sino que es una guerra híbrida: económica, diplomática, mediática, militar, paramilitar, jurídica, etcétera.

En países como el nuestro están apareciendo en los últimos años algunos hechos como: el montaje sobre la muerte de Nisman, las políticas de encubrimiento de los asesinatos de Santiago Maldonado y  Rafael Nahuel, la asociación de espías, jueces y periodistas para armar causas falsas, ejercer el chantaje y encarcelar opositores políticos, la difusión de fake-news a través de las redes sociales, etcétera. Podría decirse que lo que aquí o en otros países de Nuestramérica  aparece como novedad fue ensayado y puesto en práctica desde hace años en la avanzada de experimentación del Imperio en el continente que es la agresión contra Venezuela.

La mirada distraída de que este tipo de actividades se ejercen en lugares tropicales del continente, o que se reducen en nuestro país a una pelea interna que tiene entre el Pro y el Kirchnerismo, se corresponde a quienes por no tener ningún proyecto de poder, ni la menor incidencia política que pueda molestar al sistema, seguramente nunca serán molestados, ni afectados por estas actividades.

A quienes al menos tienen  preocupación por estas acciones de guerra del imperio recomiendo los trabajos de Franco Vielma «Darth Vader return. Definiciones sobre la acción estadounidense en el asedio a Venezuela»; “La guerra tibia de la seda y la alianza de China y Rusia con Venezuela” de Yekuana Martínez y Luis Delgado, «Explorando al agresor: la diplomacia coercitiva de los Estados Unidos y el caso Venezuela» de Jorge Arturo Reyes, “Impacto de la guerra económica contra el pueblo de Venezuela» de Pascualina Curcio y » Fake news y el poder: de Cambrigde  Analytica al informe Bachelet» de Maria Alejandra Aguirre.


Algunos datos citados en el trabajo de Vielma muestran como el Imperio ha calculado desde los costos de una posible intervención directa, hasta los muertos que provoca con sanciones económicas.

Con respecto a las estrategias para afectar a Venezuela se citan los dichos de «Niall Ferguson, profesor de la universidad de Stanford y miembro del Hoover Institute, un centro para el análisis de defensa estratégica y seguridad. El académico estadounidense, en una publicación que hiciera para The Boston Globe en mayo de 2019, señaló a “fuentes” del Pen­tágono, sin revelar sus nombres. Ferguson indicó que, según el Pentágono, una intervención militar en Venezuela desataría una situación de caos interno que demandaría la presencia militar estadounidense por al menos unos seis años, a un costo de más de 80 mil millones de dólares«.

Este diagnóstico que desaconsejan una intervención directa, a lo que se contraponen los resultados que están obteniendo con las  sanciones económicas aplicadas desde agosto de 2017, que: «son las causantes de la muerte de decenas de miles de personas y están empeorando la crisis humanitaria en el país petrolero. El saldo de pérdida de vidas humanas, según el documento, es de 40 mil personas que engrosaron la tasa de mortalidad durante los años 2017 y 2018. Estas personas murieron a causa de la caída de ingresos del Estado que inhibió su capacidad de atender a la población en materia de salud y alimentación. El CEPR empleó datos de Encovi, una instancia no vinculada con el Gobierno venezolano, para señalar el incre­mento de la mortalidad, que ascendió un 31 % en los años 2017 y 2018«.


En abril de 2019, el estudio del CEPR estimó el impacto del bloqueo sobre grupos con un estado de salud vulnerable. “Apro­ximadamente 80.000 personas con VIH que no han recibido tratamiento antirretroviral desde 2017, otras 16.000 personas que necesitan diálisis, unas 16.000 personas con cáncer y 4 millones con diabetes e hipertensión (muchas de las cuales no pueden obtener insulina o medicina cardiovascular)”, señaló el documento.


Cuestionada la intervención militar directa y fracasada hasta el momento los intentos de quebrar las Fuerzas Armadas para promover un golpe de Estado, la combinación de sanciones económicas y promoción de ataques militares con mercenarios reclutados por las contratistas estadounidenses como los que protagonizaron con la operación Gedeón, en mayo de este año, parece ser la estrategia elegida para prolongar el asedio a Venezuela.

Al hacer referencia a los costos económicos, son muy ilustrativos las cifras que proporciona Pascualina Curcio: «A US$ 117.110 millones ascienden las pérdidas económicas consecuencia de las agresiones contra el pueblo de Venezuela por parte del imperialismo estadounidense desde 2013. Incluye esta cifra las afectaciones por las medidas coercitivas unilatera­les e ilegales por un monto estimado de US$ 24.258 millones, la caída de la producción nacional consecuencia del ataque a la moneda US$ 41.691 y de la disminución de las exportaciones petroleras, US$ 51.161 millones (Curcio, 2019).  Para el tamaño de la economía venezolana, esta cifra repre­senta un poco menos de la producción nacional de todo un año, la cual asciende a alrededor de US$ 131.626 millones, conside­rando un precio promedio de US$ 45 el barril de petróleo».

 
¡Con razón puede decirse que a Venezuela le robaron un PBI!


La última parte del libro «Aquí no se rinde nadie: sujetos, perspectivas y retos» que incluye los artículos «La vía comunal en Venezuela, recorridos, potencias y tensiones» de Hernán Vargas; «Logros bajo la Piel, inclusiones y tensiones en las políticas sociales de la Revolución Bolivariana» de Víctor Fernández; » Los sujetos del chavismo, la revolución desde arriba y las claves para una praxis política popular latinoamericana» de Lorena Freites y «Contra el capital (o al menos al margen)»  de José Roberto Duke, da un panorama general de las expresiones organizadas, aunque desde mi punto de vista, están ausentes quienes podrían aportar desde las experiencias más consolidadas y las reflexiones más profundas del movimiento comunero, que están en el interior del país.

 
Nos aporta a problematizar la irreverencia del trabajo de José Roberto Duke que se empeña en pensar con cabeza propia para decirnos: «no es la economía, estúpidos: es la energía«. Para después rematar:  «Creer que todos los malestares y tragedias de la especie hu­mana es posible resolverlos mediante fórmulas y decisiones to­madas en un escritorio ministerial rodeado de economistas, es creer que la economía es el origen de todo, que los recursos ener­géticos son eternos e inacabables y que hay que seguir dándole duro a la naturaleza«. Tratando de resolver los desafíos del chavismo más que pensar en los asimilados a la estructura estatal o partidaria, o los que están organizados con algún nivel de autonomía del Estado, Duke propone poner atención en los que están desorganizados, y aún en los que no llamándose chavistas, tienen prácticas coherentes con esa concepción. Y leyéndolo no puedo menos que recordar el comentario que me hizo una compañera que no hubiera sido posible derrotar a las guarimbas sin la participación de todo el pueblo venezolano, más allá de los que se autodefinen como chavistas. No sólo fueron derrotadas por los que las enfrentaron,  o las repudiaron, sino tambien por todos y todas las que se negaron a sumarse a esa iniciativa. Y también me hizo recordar a algunos campesinos silvestres que conocí, algunos de ellos de origen colombiano, que sin subsidios,  a pura obcecación y críticos con el gobierno,  producen la tierra y aportan  buena parte de lo que se alimenta el pueblo venezolano.

Duke también puede registrar lo que seguramente se le escapa a los académicos, que hay un movimiento subterráneo  que va en búsqueda de otras formas de vida que se expresan en un «regreso a búsquedas productivas y gastronómicas que no dependen de la estructura capitalista globalizada» y la acompaña con datos que muestran un freno en el crecimiento de las grandes ciudades. Duke señala además que cuando en marzo de 2019 una serie de atentados a la represa del Guri que provocó cortes de energías, transportes, escasez de agua, gas y alimentos, la respuesta no fue salir a derrocar el gobierno sino que «se activaron masivamente los mencionados mecanismos humanos rurales o precapitalistas (también prechavistas): cocina a leña, búsqueda y reconocimiento de los olvidados manantiales cercanos a cada comunidad, vuelta a la lógica del trueque y a la solidaridad como motor ético predominante; experimentación con formas artesanales de generación de electricidad, reactivación de una abandonada cultura de la reconstrucción de enseres, piezas mecánicas, objetos textiles; reencuentro con las prácticas agrí­colas que remiten al saber que identifica plantas medicinales y alimenticias, y con el argumento anticapitalista esencial: la in­dustria de los alimentos y la industria farmacéutica nos vende en cápsulas y envases los productos que la naturaleza nos regala sin necesidad de proceder a la explotación desmesurada«.

Por lo poco conocido, resultan muy interesantes las observaciones de Víctor Fernández sobre los procesos de vinculación con las numerosas poblaciones de inmigrantes (principalmente de Colombia) y con los pueblos originarios: «En lo que respecta a lo étnico-racial, por el mismo mestizaje en Venezuela se percibe una menor tensión si se la compara con los países andinos, norteamericanos y europeos. Las comunida­des indígenas en Venezuela han resistido por siglos, haciendo del aislamiento y la exclusión que les procuraron después de la cruenta conquista española, un mecanismo de defensa. Estas comunidades estaban totalmente invisibilizadas en el momen­to en que Chávez se presentó como opción político-electoral. La desasistencia por parte del Estado era absoluta, con altos índi­ces de desnutrición, mortalidad infantil, enfermedades curables y analfabetismo. Desde su génesis, el chavismo incorporó el imaginario indí­gena como parte de su identidad y lo acogió en la práctica como una deuda histórica a saldar con urgencia«.

«No obstante, el cumplimiento del mandato constitucional se ha visto truncado, principalmente en la demarcación de tierras ancestrales, siendo el caso más denunciado el de la comuni­dad Yukpa en la Sierra del Perijá, frontera con Colombia. Te­rratenientes asociados con funcionarios de Gobierno, sicariato y cuerpos de seguridad del Estado han aislado e intimidado a este pueblo con saldo en muertes»


«Sobre la población afrodescendiente, por el mismo mestiza­je no ha requerido constituirse en un movimiento beligerante en tanto la discriminación rara vez se manifiesta con violencia física. Como se señaló respecto de lo indígena, la dimensión de dignificación racial en lo simbólico ha sido uno de los elementos de mayor impacto en el imaginario venezolano bolivariano, pues va de la mano con la pertenencia a los sectores populares y en general con la historia de un pueblo que fue invadido, secuestra­do y traficado para la esclavitud».


Completan este panorama las conclusiones finales de Fernández que afirma: «el cumplimiento con mucho de lo diseñado co­lectivamente ha construido una confianza mutua entre Gobier­no bolivariano, movimientos antisistema y militancia de base en general. Esta confianza es la que permite sobrellevar las heridas causadas por la incompetencia, la burocracia, la corrupción y la negligencia en la administración pública, agudizadas todas por la arremetida económica, diplomática y la ausencia del liderazgo y la fuerza moral de Hugo Chávez
.”

 
El prólogo y el epílogo de las autoras de la compilación demuestran en primer lugar que la selección de temas y la calidad de los trabajos que forman parte de este compendio no es fruto de la casualidad, sino de un profundo conocimiento de la historia y la realidad de su país.  Basta repasar las páginas del libro para advertir que nos encontramos con materiales sumamente valiosos y en nada parecido a los que han hecho circular algunos refutadores de relatos, o quienes se animan opinar de Venezuela después de un viaje de vacaciones.  Reflejan el trabajo de dos jóvenes intelectuales y militantes, que parecen haber seguido aquella recomendación de Lenin, sobre lo que debería hacerse para renovar el aparato estatal. En este caso para conocer de Venezuela: «primero, estudiar; segundo, estudiar y tercero, estudiar».


Creo que la mejor síntesis de su trabajo, queda expresado en frase final del epílogo de las autoras: «En un contexto de emergencia sanitaria global, y ante la mala gestión de la mayoría de los gobernantes de la región, mu­chos venezolanos retornan en la búsqueda de una vida digna. Que EE.UU. insista y triplique esfuerzos por asfixiar a Venezue­la en este contexto de pandemia, da cuenta de por qué el país caribeño no sólo sigue estando en el vórtice de la guerra híbrida del siglo XXI, sino también en el centro de las resistencias y la esperanza«


La Plata, Argentina, 13 de julio de 2020.