Posted on: 2 mayo, 2020 Posted by: MULCS Comments: 0

por Guillermo Cieza

02/5/2020

Coronavirus y modo de producción

En el debate sobre el origen de la pandemia ha habido una preocupación muy especial del presidente de Estados Unidos Donald Trump, y de la red mediática internacional que acompaña al neoliberalismo de caracterizarlo como un «virus chino», como una peste originada o inventada en China y que se informó tardíamente a la Organización Mundial de la Salud para perjudicar a las potencias occidentales. 

Los primeros casos de coronavirus fueron identificada en diciembre de 2019, entre trabajadores y personas vinculadas al Mercado Mayorista de Mariscos del Sur de China de Wuhan. Estudios genéticos demostraron que es un virus de origen animal y encontraron parentesco con otros que habitan en los murciélagos y en los pangolines que son animales mamíferos con escamas.  Las voces  que se apresuraron a  responsabilizar a las costumbres chinas de alimentarse con estos animales silvestres no han podido explicar por qué consumos alimentarios que son ancestrales provocaron ahora y no antes el salto de especies. Hay otras sospechas que parecen tener más fundamento científico. Muy cerca del mercado de Wuhan hay importantes centros de cría intensiva de cerdos. Sobre ese posible origen, hay más antecedentes. 

A modo de ejemplo, sabíamos que la cría intensiva de cerdos era responsable de la gripe porcina africana que ha provocado grandes pérdidas en la producción de cerdos. Una de las cepas de esta gripe fue detectada en 2017 en la zona rusa de Siberia. La peste se extendió a China que es el primer productor mundial de cerdos, con el 47% del volumen total. A consecuencias de la gripe porcina africana en 2019, según informes oficiales, un 40% de ese stock  había sido ya sacrificado, habría muerto por la peste o habría sido faenado preventivamente.  Esa disminución del stock se expresó en los números de la producción. En 2018 China  produjo 54 millones de toneladas de carne de cerdo y en 2019 cayó 18 millones de toneladas, llegó a producir el nivel más bajo en 20 años. Esa caída productiva es más grande que lo que indican los números porque incluye millones de madres fértiles que no van a producir al año siguiente. La crisis porcina se ha extendido a Camboya, Vietnam, y otros países vecinos de Rusia y China, por lo que se estima que en la producción de cerdos mundial existe un hueco de oferta de un volumen que es similar a toda la producción de la Unión Europea, que es el segundo productor porcino y al doble de lo que produce Estados Unidos. 

El virus de la gripe porcina no es un coronavirus, pero la forma en que llega a convertirse en epidemia es parecida a las otras enfermedades de origen animal. La concentración en confinamiento de grandes cantidades de animales hacinados e inmunodeprimidos, y sometidos a tratamientos periódicos con antibióticos y antivirales, favorecen las mutaciones y propagación del virus.  Sabíamos también que el consumo de estos alimentos provenientes de esas explotaciones no era saludable. Ahora sabemos además, que son el principal sospechoso del origen del coronavirus.  Estas sospechas tienen aval científico. 

El biólogo evolutivo Robar Wallace ha estudiado por más de 25 años el tema de las epidemias del último siglo y afirma que los centros de cría animal son el lugar perfecto para la mutación y reproducción de los virus. Este científico afirma que «Los virus pueden saltar entre especies, y si bien… [Se]… pueden originar en especies silvestres de aves, murciélagos y otras, es la destrucción de los hábitats naturales lo que los empuja fuera de sus áreas, donde las cepas infecciosas estaban controladas dentro de su propia población. De allí, pasan a las áreas rurales y luego a las ciudades. Pero es en los inmensos centros de cría animal donde hay mayores chances de que se produzca la mutación que luego afectará a los seres humanos, por la continua interacción entre miles o millones de animales, muchas diferentes cepas de virus y el contacto con humanos que entran y salen de las instalaciones”.

La bióloga Silvia Ribeiro coincide también con esa posición: “Hay tres causas concomitantes y complementarias que han producido todos los virus infecciosos que se han extendido globalmente en las últimas décadas, como la gripe aviar, la gripe porcina, las cepas infecciosas de coronavirus y otras. La principal es la cría industrial y masiva de animales, especialmente pollos, pavos, cerdos y vacas. A ésta se le suma el contexto general de la agricultura industrial y química, en la que 75 por ciento de la tierra agrícola de todo el planeta se usa para la cría masiva de animales, principalmente para sembrar forrajes con ese destino. La tercera es el crecimiento descontrolado de la mancha urbana y las industrias que la alimentan y por ella subsisten”.

Modo de producción, desertificación, pérdida de la biodiversidad y cambio climático

Así como en el caso del coronavirus el origen de la enfermedad trata de simplificarse y ocultarse calificándolo como un virus chino y producto de los hábitos de un pueblo que se alimenta de animales salvajes, las sospechas que está generando la carne, proteína animal, producida en condiciones de confinamiento trata de superarse a partir de un cambio de hábitos de alimentación.  En este caso ya no se propondría alejarse de los chinos y sus «hábitos salvajes» de consumo, sino de no comer carne (vegetarianismo) o ningún  alimento de origen animal (veganismo).  Aun respetando las opciones alimentarias que cada persona puede elegir, la realidad suele ser un poco más compleja.

El modo de producción agropecuario industrial que se inició con la llamada «revolución verde» que incluyó como fuente de energía principal para la producción a los derivados de minerales fósiles como el petróleo, derivó en las últimas décadas en el modelo de agricultura y ganadería industrial, caracterizado entre otras cosas por proceso intenso de agriculturización, la producción de animales en confinamiento (feedlot) y la brutal dependencia de insumos externos (fertilizantes, herbicidas, antibióticos, etcétera). Como bien señala Silvia Ribeiro, buena parte de la producción agrícola se destina a la alimentación de esos animales confinados. Ese proceso de agriculturización intensiva fue acompañado por la deforestación de bosques nativos, para sembrar soja y otros cultivos. Se promovió de este modo la extensión de la frontera agrícola. Todo este proceso de agriculturización y deforestación provocó muchos impactos negativos: pérdida de biodiversidad, deterioro del suelo, contaminación, aumento de plagas que afectan a los animales, las plantas y las personas, etcétera.

Pero además provocaron un proceso de desertificación que hoy abarca a las 3/4 partes de las tierras del planeta. Cada año, el mundo pierde 24.000 millones de toneladas de suelo fértil.  Estos impactos derivan en el proceso de degradación de la tierra en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, principalmente como resultado de actividades humanas. De este modo, suelos aptos para la producción agropecuaria van camino al desierto, por la sobreexplotación y el uso inapropiado. La agriculturización, la deforestación, el pastoreo irracional, el uso de agroquímicos  y las prácticas de riego no sustentables, destruyen los suelos, destruyen la biodiversidad y promueven la aparición de nuevas plagas y pestes. Pero además, agravan la crisis climática, porque los suelos desnudos o fuertemente compactados  son incapaces de retener el agua, lo que favorece las inundaciones. Y porque los desiertos o suelos en avanzado grado de desertificación son incapaces de absorber carbono.

Desde la agroecología hay respuesta a todo este conjunto de problemas. Hay tecnologías para producir sin venenos y para recuperar los suelos copiando a la Naturaleza, mediante el pastoreo de animales en manadas móviles.  Sobre este último tema hacen importantes aportes trabajos científicos de la década del 50 del siglo pasado como los del fisiólogo francés Andre Voisin y trabajos más recientes, como los del ecólogo zimbabwense Allan Savory. El valor de los animales en la estabilidad de los sistemas da cuenta de la necesidad de apostar a los modelos de producción agrícola-ganadera.

Modo de producción y crisis alimentaria

Los informes de la CEPAL, el FMI y otros organismos internacionales prevén una baja de la demanda mundial de alimentos por la crisis global que acompaña a la pandemia. Pero el hecho que las personas del mundo tengan menos dinero para comprar alimentos no significa necesariamente que sus precios vayan a bajar. Pudiera suceder que los precios suban aún con una demanda en descenso por el simple hecho que se cayó la oferta.  En el caso de los cerdos, es ilustrativo. Hay como mínimo un  20% menos de producción en el mercado mundial a causa de la gripe porcina africana en China y en el sudoeste asiático. Los stocks de animales que pueden criarse a pasto (vacunos, ovinos, caprinos, bufalinos) se han mantenido estables y no han acompañado el crecimiento de la población mundial. Los que se crían en ciclo completo en confinamiento (aves y cerdos) pueden reemplazar faltantes,  pero como se ha comentado son una bomba de tiempo para salud animal y humana. Las tierras agrícolas que podrían ser reconvertidas para dejar de producir forrajes y empezar a producir alimentos se reducen por los crecientes procesos de desertificación. El hecho que desde la agroecología existan respuestas, no significa que haya una rápida toma de conciencia para que se apliquen en todo el mundo y además hacen falta definiciones políticas fuertes para cambiar el modelo productivo. Aún si se tomaran las  decisiones correctas para ese cambio, el  deterioro de los suelos no se recuperará mágicamente. Habrá que  hacer transiciones y los resultados no serán inmediatos. Estamos en vísperas de una gran crisis alimentaria caracterizada por la escasez de alimentos, aumentos de precio y menos recursos para adquirirlos. 

Acción estatal para enfrentar la pandemia y la crisis alimentaria

Al comparar las cifras de infectados y fallecidos de coronavirus en todo el mundo resulta inevitable comparar en los distintos países, las condiciones previas de los sistemas de salud pública y las decisiones de los gobiernos. En aquellos países donde los Estados Nacionales habían mantenido niveles aceptables de desarrollo de la salud pública y donde los  gobiernos impusieron cuarentenas tempranas parando las economías, privilegiando evitar la proliferación de los contagios y los fallecimientos, los resultados son mucho más satisfactorios que en los países donde ocurrió lo contrario. En aquellos países donde la planificación estatal se impuso al desorden del mercado y las pujas entre tendencias políticas e intereses económicos, también los resultados fueron mejores.

En un escenario de la situación internacional post pandemia, caracterizado por una crisis económica global y alimentaria,  por un retroceso de la globalización, por una mayor desconexión en las economías de los países, al revalorarse el papel de los Estados Nacionales, crecerá el interés popular sobre qué medidas de gobierno se toman  y quién gobierna.  La revalorización del papel de los Estados nacionales debería ser considerada como una motivación para promover que desde el Estado y los gobiernos, se impulsen políticas activas que aporten al cambio del modelo productivo y enfrenten la crisis alimentaria. Esta preocupación por el Estado y por disputar políticas públicas, no debería hacernos pensar que la cuestión se resuelve estando más cerca de las ventanillas públicas para repartir alimentos. Lo que importan son las decisiones políticas que puedan tomarse desde el Estado y los gobiernos, y no los recursos. Desde el punto de vista de los recursos, la mayoría de los Estados de los países periféricos van a estar quebrados. 

Acción popular organizada para enfrentar el coronavirus y la futura crisis alimentaria

Al tratar de explicar los éxitos de algunos países para enfrentar la pandemia se ha resaltado la acción estatal y la utilización de tecnología de punta. Por ejemplo, se ha difundido que los médicos y científicos de salud chinos utilizan inteligencia artificial para hacer diagnósticos más rápidos, e incluso apelan a  gigantescas bases de datos para cartografiar el desarrollo de la pandemia  y controlar las posibilidades de nuevos contagios. 

Lo que se ha comentado poco sobre esos mismos  países es que cuentan con organismos de base popular que se movilizaron en la emergencia: los comités de barrio en China, los consejos comunales en Venezuela, los  Comités de Defensa de la Revolución (CDR)  de Cuba, la vigilancia comunitaria en Vietnam. Volviendo al ejemplo de China, quienes con buena voluntad intentaron enterarse el por qué de la eficacia para enfrentar el virus, comentaron: «Para el control de Covid-19 los miembros de los comités pueden considerarse como una verdadera bendición. Estos miembros llaman a la puerta sin avisar para comprobar si todas las personas que están dentro tienen derecho a estar allí. Conocen bien a la gente de barrio. Los comités forman parte de una especie de consejos de distrito. Les proveen de mascarillas, abrigos, carpas, termómetros y carteles » (1 ver al final del texto)

Más allá de la valoración sobre si todos esos países mencionados son o no socialistas, el hecho de haber transitado experiencias en esa dirección, de haber padecido agresiones externas y de  haber construido culturas solidarias y organismos de base en todos sus territorios, representa una abismal diferencia con países embuídos de la cultura del individualismo, del » sálvese quien puede» y donde no hay más lazos que las vinculaciones mafiosas o las que proporcionan Estados corruptos.  

Esos mismos organismos de base son una carta fundamental para ir desarrollando y extendiendo modelos de producción alternativa y afrontar la crisis alimentaria. En el caso de la Argentina, y pensando en los movimientos sociales territoriales, creo que debemos advertir que expresan potencialmente un gran posibilidad de organizar a un enorme número de consumidores.  Lo más flojo es el desarrollo de organizaciones de productores, y de comercializadores, donde lo más significativo es el trabajo de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT).  Hay una tarea inmensa por delante de articular esfuerzos y construir una economía que permita sustentarse.

Estamos en cuarentena por la pandemia del coronavirus y en las vísperas de una profunda crisis financiera global y también de una crisis alimentaria.  Quien no advierta cómo funcionara el mundo que se viene, difícilmente podrá encontrar respuestas y orientaciones hacia las cuales encaminar sus esfuerzos. Seguramente habrá muchos cambios, algunos que todavía ni siquiera se vislumbran.  Pero también, habrá continuidades como la histórica lección de que en tiempos de crisis siempre los más protegidos serán aquellos que tienen un sólido sentimiento de comunidad. Y que serán los pueblos, los que en última instancia carguen con la mochila de hacernos avanzar hacia tiempos más felices.  

Guillermo Cieza, La Plata, 30 de abril 2020

(1). Reportaje del NRC Handelsblad (diario financiero de Holanda), citados en ¿Qué nos enseña el coronavirus sobre una gran potencia? de Marc Vandepitte.