Posted on: 2 julio, 2020 Posted by: MULCS Comments: 0

por Guillermo Cieza

2/7/2020

En el año 1964 el profesor Andre Voisin,  de la Escuela de Veterinaria de Maisson Alfort, Francia, recibió una sorpresa. Una persona, que pertenecía a la Embajada de Cuba, quería entrevistarlo. El profesor Voisin no era una persona demasiado conocida, al punto  que la primera vez que intentaron conectarlo, se les informó en la Escuela que no trabajaba allí.  Sin embargo había publicado algunos textos como » Dinámica de los pastos»,  » Tetania de la hierba» y  «Suelo, Hierba, cáncer», que habían tenido alguna difusión entre sus colegas en Inglaterra, Canadá, España, Rusia. Hungría y Bélgica.


La segunda sorpresa que recibió fue que la persona que lo entrevistó, que era una mujer y no un hombre como supuso, venía a traerle una invitación para que diera unas conferencias en Cuba sobre su especialidad, que eran la química y la fisiología y su vinculación con la agricultura y la ganadería.


La tercera sorpresa que recibió fue que llegando con demora a La Habana, a las tres de la madrugada, lo estaba esperando en el aeropuerto el primer Ministro Fidel Castro.  Después de los saludos de bienvenida lo invitó a charlar unos minutos. La conversación duró hasta la madrugada.
Pero quizás la sorpresa mayor la recibió al día siguiente cuando Castro lo invito a recorrer algunos campos experimentales donde, desde hacía un tiempo, se estaba aplicando su propuesta de manejo de los pastos con rebaños de rodeo lechero.


La  única experiencia práctica que tenía Voisin de su modelo de producción la había concretado él mismo en un pequeño tambo de 20 hectáreas que había recibido como herencia  familiar.  Ni en su propia Facultad había podido convencer a los académicos de hacer un ensayo a campo.
Al iniciarse el curso en Cuba, Fidel hizo público lo que le había confesado en privado.  El dirigente cubano estaba fascinado con la idea de que pudiera producirse sin agrotóxicos y fertilizantes, y especialmente preocupado por la relación entre los modelos de producción, los alimentos  y el cáncer. Corría el año 1964 y Fidel empezaba a diseñar el proyecto nacional cubano.
Es de suponer que el corazón de Voisin no aguantó tantos sobresaltos. Despues de dar algunas conferencias,  fue interrumpido por un ataque cardíaco que lo llevó a la tumba. En el recuerdo de quienes lo escucharon en su primera clase quedó grabada su pregunta: «¿Pero cómo es posible que el Primer Ministro de un país se interese por la agricultura y la química agrícola?”.


Andre Voisin ha pasado a la historia como el padre del Pastoreo Racional y tiene el enorme mérito de que en pleno despliegue de la llamada «revolución verde», con su arsenal de insumos derivados del petróleo y de la industria militar, se animó a proponer que la única sustentabilidad posible de los suelos y la agricultura estaba íntimamente vinculado a la existencia de animales que pasten conducidos por el hombre. Fue uno de los pioneros de la Agroecología y pagó su desafío muy caro. Las multinacionales productoras de agroquímicos y sus voceros académicos, ocultaron durante años su existencia y sus trabajos, que sobrevivieron gracias a la obstinada resistencia de experiencias campesinas  y un reducido número de investigadores.


La preocupación de Fidel ilustra un tema que excede a la agroecología y está asociado a la discusión del proyecto de país que se quiere construir y a las preocupaciones militantes.
La discusión de que proyecto de país queremos construir es vital en este momento en que las fisuras de la globalización capitalista abre mayores posibilidades de que se expresen proyectos soberanos. Las preguntas  serían: ¿Estamos pensando solamente en que nos cierren los números para  garantizar un ingreso mínimo a la población  y cumplir con recaudos básicos de  asistencia de salud, alimentación, educación, trabajo y vivienda?  ¿Cualquier proyecto da lo mismo?


Pensando en las preocupaciones militantes: ¿nos conformamos “no haciéndole el juego a la derecha”, o “no cayendo en las tentaciones del reformismo”?  ¿Podremos dormir tranquilos porque los ataques de la derecha certifican que estamos en el camino correcto? ¿O porque aprendimos la diferencia o la palabra nueva, que hará evidente que somos radicales? ¿O por el contrario nuestras preocupaciones son las de estudiar los problemas que nos afectan como pueblo, y ocuparnos en construir fuerza y social y política que nos permita ejecutar las respuestas políticas adecuadas?
 
Hace algunos años un investigador del Conicet, el ya fallecido Andrés Carrasco, denunció que el glifosato con que se fumiga masivamente en los campos de nuestro país era cancerígeno. Ese investigador fue desacreditado por los personeros académicos de las multinacionales, pero también por reconocidos referentes científicos del progresismo. La soja traía divisas al país, y hasta 2008 fue políticamente incorrecto hacer comentarios sobre los venenos que eran parte de su paquete tecnológico.  Lo que afirmaba Carrasco hoy está confirmado por más de mil estudios científicos. Las empresas Bayer y Monsanto ya están pagando gravosas indemnizaciones a las víctimas del veneno. ¿Era compatible la descalificación a Carrasco con un proyecto científico nacional?

Tratando de encontrar un origen del coronavirus, numerosos trabajos científicos lo han identificado como un virus de origen animal que ha saltado de especie favorecido por acciones humanas, entre las que se mencionan la deforestación y los establecimientos de ganadería industrial, en particular los grandes criaderos de cerdos.  Más allá del covid19 en China acaba de anunciarse la aparición de un nuevo virus denominado G4 EA H1 N1 que está indiscutiblemente asociado a la cría intensiva de cerdos y que ha mutado de la especie animal y ha contagiado a trabajadores de los criaderos. Como opinaría Voisin,  la culpa no es de los chanchos sino del que le da de comer, o sea el  sistema de producción. El stress del confinamiento, más la aplicación masiva de antivirales y antibióticos,  generan condiciones óptimas para mutaciones y propagaciones de virus que afectan la salud humana.  Podemos mirar para otro lado, como se hizo durante años con el glifosato, pero trabajos científicos vienen confirmando desde hace años que los grandes criaderos de cerdos son bombas epidemiológicas.


En estos días leemos en Clarín: “El gobierno negocia ahora con China un ambicioso plan para la exportación masiva de carne de cerdo a dicho pais que, según las cifras oficiales requerira una inversión de instalaciones e infraestructura de hasta 2.700 millones de dólares de aquí a tres años. Para entonces esperan estar exportando hasta 930.000 cabezas faenadas de porcino por un valor de 2000 millones de dólares”. No parece una fake news de Clarín, por el contrario, parecen entusiasmados con la noticia. Lo que no dice Clarín  es que los chinos están pidiendo que el Estado Nacional le entregue las tierras para concretar el proyecto.


En la Argentina la producción de cerdos no está concentrada en grandes criaderos, como los que hoy hay en China, Alemania o Estados Unidos. Con este proyecto se vienen grandes criaderos, con instalaciones que pueden albergar entre 10.000 y 50.000 madres.


En un momento en que el mundo se está desprendiendo de esas bombas epidemiológicas, ¿aportaran su instalación en nuestro país a un proyecto nacional?


Volvemos a la discusión central y de aquella preocupación de Fidel. Estamos de acuerdo en construir un proyecto nacional soberano, pero: ¿Cualquiera da lo mismo?