Posted on: 1 agosto, 2020 Posted by: MULCS Comments: 0

1/8/2020

La mayor pandemia de nuestra historia no ha detenido la disputa política, económica y potencialmente militar entre EEUU y la ascendente China. Por el contrario, la potencia enormemente. Hoy cualquier terreno, en cualquier rincón del mundo, forma parte de esa disputa. Los principales actores del escenario internacional piensan estrategias para la etapa posterior a la pandemia del covid19, sin olvidar en su análisis el conflicto chino-norteamericano. Se trata de una pelea de carácter interimperialista, pero sus consecuencias y las posibilidades que abren no son indiferentes para les trabajadores y los pueblos. Para aprovechar esas contradicciones, los pueblos requieren construcción de proyecto y de poder propio.

En Europa, la Unión Europea, bajo la clara dirección de Alemania, aprobó un importante fondo de ayuda económica para intentar salir de la crisis económica después del virus. Más allá del debate sobre si este fondo es o no suficiente para la recuperación económica del viejo continente, un elemento a tener en cuenta es que la UE (y Alemania) buscan una salida capitalista “independiente”, sin recurrir al FMI, ni a la ayuda norteamericana. Es una especie de “Plan Marshall” (el plan de recuperación en Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial), organizado sin el control yanqui, ni de China.

En la pelea ente los yanquis y China, nuestro continente es un escenario importante. Para Estados Unidos, la vieja idea de “patio trasero” no quería decir solamente un espacio para guardar sus pertenencias, sino una reserva de recursos de todo tipo: económicos, energéticos, mineros, mano de obra militar (una parte importante de sus fuerzas armadas la conforman “latinoamericanos”), políticos. En la pelea con la nueva China, EEUU incluso quiere quedarse con la presidencia del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), un puesto que históricamente era para los países latinoamericanos, para limitar los acuerdos comerciales y financieros con los chinos (https://www.pagina12.com.ar/280279-la-pelea-por-el-bid-tiene-de-victima-a-latinoamerica).

En ese marco, el Gobierno del Frente de Todos intenta, como en otros aspectos de la disputa política, hacer equilibrio, ponerse en el “centro”. Uno de los acuerdos básicos del FdT es que no se puede modificar el modelo económico dominante. En el mejor de los casos, la posibilidad de concretar medidas en favor de intereses populares está supeditada al aval o a negociaciones con el poder real (los bancos, los monopolios y los grupos económicos de origen local de la AEA, la Asociación Empresaria Argentina) y con sus representaciones políticas (que hoy incluyen tanto a la coalición Juntos por el Cambio, como a Massa, su Frente Renovador y otros sectores peronistas en el propio FdT).

En concreto, el Gobierno intenta mantener buenas relaciones al mismo tiempo con Estados Unidos (de quien depende centralmente la renegociación de los distintos tipos de deuda) y con China (principal mercado de las exportaciones nacionales, en especial con la crisis en desarrollo en Brasil). Continúa en una posición de debilidad en el escenario continental, hegemonizado por gobiernos pro yanquis, con escaso margen para expresiones de centro como las que intenta el Frente de Todos.

La derecha a la ofensiva

Decimos que la derecha está a la ofensiva, porque aprovecha la situación de crisis sanitaria, social y económica que sufrimos las mayorías populares en su beneficio. Beneficios políticos, enfrentando incluso en las calles cualquier propuesta más o menos popular que surja de la coalición de gobierno, para que éste asuma como única salida posible, negociar y arreglar las cosas con los poderosos de siempre. A esa derecha opositora, política y mediática (y a la propia derecha del FdT) la fortalece la conducta centrista de Fernández, cada vez que retrocede ante sus presiones luego de anunciar medidas que satisfacen a su ala “progresista” que se abandonan o postergan indefinidamente.

Desandar la expropiación de Vicentín, el cajoneo del impuesto por única vez a unos pocos miles de multimillonarios en dólares, las permanentes “nuevas ofertas” a los bonistas acreedores, y en buena medida la flexibilización de una cuarentena que se basaba en que era “más importante la vida que la economía” no son otra cosa que triunfos de esa ofensiva derechista. Y dejan en claro que ese es el resultado inexorable de intentar una recomposición económica acordando con los monopolios, con los dueños del negocio de la deuda eterna y con la gran burguesía argentina de la AEA.

En ese sentido, la derecha logra su objetivo principal, que no es otro que consolidar logros permanentes para las grandes empresas, que ya son las ganadoras de la crisis pandémica (en la Argentina y en la mayor parte del planeta). En cada discusión pública (en la baja de nuestros salarios reales, en el teletrabajo y la flexibilización laboral, en el control al negocio agroexportador, o el control a las empresas monopólicas que manejan la electricidad y la energía) lo vienen logrando. Las ganancias de las grandes empresas (en especial, las empresas de comercio electrónico y las app de delivery, los supermercados, la cadena agrosojera) siguen creciendo.

El Gobierno trata de mostrarse con iniciativa frente a esa ofensiva y anuncia un plan de recuperación pos pandemia: el plan de los 60 puntos. Hasta el momento, el anuncio más concreto es una nueva moratoria, que acaba de lograr media sanción en la Cámara de Diputados. Seguramente esta moratoria es necesaria para muchas pequeñas y medianas empresas, pero será aprovechada por las grandes empresas y por esos mismos millonarios que siguen sin pagar el impuesto a su riqueza. En las condiciones económicas, la recuperación parece depender solamente de la economía china (que ahora está promoviendo la producción masiva de carne porcina en nuestro país, con graves consecuencias ambientales).

Contradictoriamente, el avance de la derecha también juega a favor del peronismo para instalar a Juntos por el Cambio como el principal adversario de los sectores populares, contra el cual deberíamos unirnos detrás de lo que haga el Gobierno.

El Gobierno está también preocupado por la situación entre las masas populares. Las ideas más reaccionarias crecen en los reclamos por la inseguridad y la mayor delincuencia urbana. Una figura como el ministro de seguridad bonaerense, Berni, les sirve para mostrarse dispuestos a administrar mayor mano dura, aun asumiendo sus costos como el incremento de las denuncias por gatillo fácil, represión en los barrios, y de casos de desaparición forzada como el de Facundo Astudillo Castro ( ver notas: http://mulcs.com.ar/index.php/2020/07/31/derechos-humanos-3-desaparecidos-71-asesinades-la-represion-servicio-esencial-de-la-cuarentena/ y http://mulcs.com.ar/index.php/2020/08/01/tres-meses-sin-facundo-astudillo-castro/).

En definitiva, la decisión del Gobierno de no afectar intereses de los dueños del poder económico para volcarlos masivamente hacia las y los de abajo ha debilitado la cuarentena en el momento más crítico de la pandemia. Al mismo tiempo que la cantidad de contagios y la pérdida de vidas siguen creciendo, se profundiza la crisis social y poco a poco también crecen los reclamos populares insatisfechos.

Reclamos populares: Una olla a presión

Mientras tanto, por abajo, crecen las protestas defensivas por motivos puntuales: por falta de electricidad, por alimentos, por despidos y por salarios. En las zonas más afectadas por el coronavirus, sólo se sale a protestar ante situaciones muy graves, y es lógico que así sea: nadie quiere exponer su salud ni la de su familia. Al mismo tiempo, las principales direcciones sindicales y territoriales trabajan para contener cualquier reclamo social. Las condiciones de vida de las mayorías populares han empeorado muchísimo durante la cuarentena. Estamos ante una olla a presión, que nadie sabe cuándo y de qué forma va a estallar.

En estas condiciones, la capacidad de movilización y de organización del movimiento popular no alineado con el Gobierno nacional es escasa, pero aún así se resiste. Todos los sectores políticos de nuestro país conocen la tradición de lucha de nuestra clase trabajadora, y saben que cuando las condiciones lo permitan se incrementarán las luchas populares. El conjunto del activismo social y política debate cómo volver a pelearla para recuperar nuestros derechos.

No debes negar tu origen: Lo importante es adónde vas

En estas condiciones, el Gobierno sólo escucha a las distintas propuestas burguesas, y busca como acomodarse en el cambiante escenario internacional. Un tema esencial es como desde el pueblo trabajador hacemos oír nuestras voces. Por supuesto, para conseguirlo, es preciso organizarse y dar todas las peleas, pero también construir nuestro programa, un programa del conjunto de los sectores oprimidos y explotados de nuestro país y de nuestro continente.

No queremos simplemente amoldarnos al mundo en el que nos encontramos, y ver cómo se puede conseguir la mejor tajada posible en la discusión entre China y EEUU, o entre las distintas fracciones del poder en EEUU (en las vísperas de las elecciones norteamericanas).

Cuando consigamos hacer oír nuestras voces, no interpelaremos sólo al Gobierno, ni a los poderosos de siempre. Se trata de hablar con el enorme activismo popular, que actúa en cada lucha grande o pequeña, que se desarrolla en nuestro país, como un camino hacia el contacto profundo con las masas populares. Para ese diálogo profundo hay que recuperar raíces: las raíces de nuestra historia nacional y nuestroamericana, las historias de las luchas obreras y populares que surcan nuestro suelo desde las rebeliones indígenas contra el dominio español, las primeras luchas obreras a fines del siglo XIX, que llegan hasta nuestra actual potencia de lucha y organización popular.

Sabemos que para cualquier transformación de fondo, que cambie de verdad el país injusto y para unos pocos en el que vivimos, hay algunos presupuestos imprescindibles: organizar a las mayorías populares en un proyecto político revolucionario y de masas; asumir y conocer nuestra identidad nacional y nuestroamericana, y conformar un programa colectivo que asuma los principales desafíos y necesidades de nuestro país y nuestro pueblo.

En ese sentido caminan nuestros esfuerzos de mayor unidad de las organizaciones populares y revolucionarias, para construir entre todes un mundo donde nadie escupa sangre para que otro viva mejor.