Posted on: 3 noviembre, 2020 Posted by: MULCS Comments: 0

por Guillermo Cieza

3/11/2020

En enero de 1959 y como respuesta a la decisión de privatizar el frigorífico Lisandro de la Torre se inició una ocupación y huelga de sus trabajadores. La ocupación fue dirigida por el dirigente sindical Sebastián Borro y apoyado por John William Cooke, que por aquellos años había sido nombrado delegado de Juan Domingo Perón. 

La ocupación terminó de la peor manera cuando fuerzas del gobierno ingresaron fuertemente armados y con el apoyo de tanques. Los principales dirigentes fueron detenidos y fueron cesanteados más de cinco mil trabajadores. 

En el peronismo que había llevado con sus votos al gobierno hubo reacciones diferentes. 

Un sector calificó a la toma del Frigorífico como una actitud ultraizquierdista, y responsabilizaron de los hechos a la infiltración de elementos trotskistas que, contribuyendo a desestabilizar al gobierno democrático, le hacían el juego a la derecha.   

Otros, por el contrario, con Cooke a la cabeza caracterizaron que lo que realmente ocurría era que al gobierno se lo estaba llevando puesto la derecha y que esa represión a los trabajadores no lo fortalecía frente a los grandes poderes económicos y militares de la época, sino que lo hacía mucho más débil. No erraron en ese diagnóstico, después vino el Plan CONINTES y el final vergonzoso del gobierno. 

Alguien podría decir que no son comparable los hechos de Guernica con los del Frigorífico Lisandro de la Torre, son países diferentes, los escenarios de lucha son diferentes, pero sin embargo las encrucijadas políticas son parecidas. El gobierno de Alberto Fernández asumió con un país quebrado y fue asediado por la derecha desde el primer momento que intento tomar alguna medida progresista.  Esto no es novedoso, lo novedoso es que el gobierno parece haber renunciado a hacer cambios favorables para el conjunto de la población y parece resignado a gestionar la crisis.  Como en una pelea de box, ha dejado de preocuparse por golpear al rival y se limita a tratar de aguantar hasta que suene la campana.   

La discusión sobre las tierras de Guernica nunca fue de derecho penal. No hubo usurpación. Quienes se presentaban como propietarios de algunas hectáreas no tenían títulos perfectos para reclamarlas, otras hectáreas eran fiscales. Había una disputa civil entre quienes habían pagado algunos impuestos para tratar de quedarse con esas tierras y quienes las poseían efectivamente desde hacía tres meses. Y había una disputa sobre el destino de esas tierras.  Si serían para un campo de golf o un country privado, o para que se construyera un barrio popular. 

La ofensiva mediática de la derecha la convirtió en una disputa política sobre la propiedad privada. Y el gobierno tomó esa carta, para concluir el conflicto de la peor manera. Con cuatro mil policías disfrazados de robocop, balas de goma, gases lacrimógenos, quema de casilla, y acusaciones a los «zurdos infiltrados» que siguen insistiendo que:  «donde hay una necesidad, hay un derecho» 

Ayer festejó la derecha en todo el país.  Alberto Fernández, se pareció un poco más a Arturo Frondizi.  Las queridas voces de Nora Cortiñas, y de respetables organismo de derechos humanos volvieron a decir presentes para denunciar el atropello. La izquierda volvió a movilizar, y algunas banderas de grupos políticos que, hasta la semana pasada apoyaban al gobierno se acercaron a la protesta. 

La imagen de madres dolientes, en un lugar que para colmo de males se llama Guernica, es la imagen de la desesperanza. Representa a un pueblo que hace un año festejaba que se fue Macri y hoy vive con dolor e incertidumbre, pero también con la certeza que otra ilusión se fue al carajo.   

Como decía la canción de Serrat:  Nunca es dura la verdad, lo que no tiene es remedio»