22/6/2021
Texto publicado en AnRed el 24 de junio de 2015
El 22 de junio falleció en Buenos Aires Roberto Fornari, quien formaba parte del Movimiento por la Unidad Latinoamericana y el Cambio Social (MULCS). Pablo Buenabarra, quien lo conocía hace 25 años, escribió estas líneas, que reproducimos como forma de homenaje.
Berto
Hace veinticinco años que nos conocíamos, y durante todos esos años militamos, sufrimos, gozamos, juntos.
Te digo Berto porque es tu nombre. Me acuerdo ese día que me hablaste de una relación con un dirigente cubano, y te pregunté si te tenía confianza, y me dijiste «claro, cómo no, tal es así que me dice Berto».
Un militante impresionante, de todos los días y de todas las luchas, también de todas las noches y todas las diversiones. Ayer decíamos, medio en joda y medio en serio, que en tu cajón faltó algo, un Johnnie Walker etiqueta negra. Como a Jacobo Arenas, a quien siempre admiraste, te gustaban por igual la militancia y la diversión, la parranda como sinónimo de vida. Por eso te gustaba la consigna de Manuel: Disfrute y luche.
Miles y miles de horas de reuniones, de marchas, de viajes, hectolitros de vino tinto y de whisky, enojos y calenturas (tano, requete tano), una vida entera, los placeres y los lujos de vivir luchando por un mundo para todos, por la revolución y el socialismo, en cada lugar del mundo, porque cada lucha es parte de todas las luchas. No concebías la vida sin luchar, y sin celebrar a los amigos y a los compañeros.
Le erramos mil veces, y mil veces volvíamos a intentarlo, sabiendo que de cada paso en falso, de cada derrota, hay que aprender y volver a aprender. Luchar, fracasar, volver a luchar, fracasar de nuevo, volver otra vez a luchar, y así hasta la victoria, decía alguien.
En las luchas del gremio, tenías el honor de la expulsión de por vida de la burocracia, y teníamos el honor de ser odiados por el jefe de esa burocracia, en partes equilibradas. Largos años de vida construyendo organización de los laburantes de la Universidad, con amigos y peleas, contra enemigos tan certeros.
En la lucha política, la búsqueda permanente de construir, de aportar, a la construcción de organización de los revolucionarios, para llegar a la mayoría de nuestro pueblo. Seguimos buscando. La revolución la hacen millones, decíamos siempre, y hay que llegar al corazón de millones.
Te acompañé entonces en tantas búsquedas: el PC, la Corriente Marxista Leninista (aquellas cuyas pintadas a un pibe punk de Quilmes, Marianito, lo llevaron a preguntarse por Lenin, y que construimos en los años duros de los noventa), Refundación Comunista, Militancia Comunista, hasta encontrarnos, como dijimos hace más de diez años, en un proceso de buscar y reconocernos con tantos compañeros en el MULCS.
Me acuerdo de mil cosas, pero la memoria emotiva es arbitraria, necesariamente incompleta: el desalojo del local de Sarandí por la denuncia de la Servini de Cubría, el primer corte del Puente Pueyrredón con un puñado de compañeros, cuando conocimos a los compañeros de Corina (y a Pablo), cuando fuimos a Santiago y cortaban la luz de la ciudad a medida que avanzaba la marcha, las charlas con el Correntino y con la vieja guardia que te quiere como a un hijo que es también su jefe, cuando marchamos a la embajada peruana por los compañeros asesinados del MRTA, los relatos de las caminatas allá, en la selva, siguiendo los paso de otro Manuel, la noche del llanto y la alegría interminables del 8 de julio de 2002 (ya vas a ver, las balas que vos tiraste van a volver»¦), la cara de un taxi tucumano al que le dijiste muy serio que el asesino genocida Bussi, al que el facho del tachero reverenciaba, era un montonero cagón, un representante de la sinarquía internacional (y las risas interminables cuando bajamos del auto), las comidas interminables en tu casa y en Libres. Me acuerdo cuando me hablabas de tus hijas, guacho, decías riendo que criaste dos hijas y al final, fuera de joda, supimos que era verdad. Caro habló de vos desde adentro, frente a todos, y Anto me dijo, por lo bajo, que quiere militar con nosotros, que quiere estar con nosotros.
En estos días, me acordaba que decían que Voltaire, el más creyente de los ateos, antes de morir pidió que lo bautizaran, y cuando le preguntaron por qué después de tantos años renegaba del ateísmo, dijo para que muera uno de ellos. Estamos seguros que, antes de morirte, te hiciste de Blanquiceleste Sociedad Anónima (como le decías a tu contra entrañable) para que se fuera uno de ellos. Rojo por donde te vieran, comunista y de la tierra de Bochini.
Nada de eso está muerto, nada de eso se fue. Nadie muere del todo cuando nos recordamos, y nos acompañamos. Un viejo militante me enseñó que compañero era simplemente compartir el pan (y el vino). Eso sos, desde ahora y para siempre, para tantos de nosotros.
Ayer sabía que tenía que hablar, los compañeros me lo decían por lo bajo, y dije lo que pude, pero no pude decir todo lo que sentía, algunas cosas por no saber, y otras para no quebrarme del todo, para no darle ese gusto a la parca. Dije que siempre te preguntaba por cada problema. El domingo te llamé para hacerte una consulta, ya no pudiste responder, tuve que decidir solo.
No dije que sé, desde este lunes tan gris, que cada vez que tenga una encrucijada voy a pensar en llamarte, y después voy a saber que no, que ya no puedo, no dije con todas las palabras que te amaba (porque tenía miedo que te levantaras sólo para decirme que me dejara de joder con boludeces). No dije que tanta ausencia me recordaba a la muerte de mi mamá, y que durante mucho tiempo después me despertaba pensando en llamarla para preguntarle algo, y después no, claro, no estaba. Pero todo lo que dije estaba escrito con sangre, marcado en la memoria para siempre, y allí quedará.
Fue buena tu despedida, estaban de alguna manera todos los que tenían que estar.
Hicimos un recordatorio en el diario, un recordatorio como el que se hace para los compañeros desaparecidos, espero que te haya parecido bien. Si lo encontrás por ahí, saludá a los compañeros, al loco Leo, a Isabel, a Khadafi, a Manuel…
Algo diremos en la estación, esa estación tan ligada a nuestras luchas y a nuestros afectos, en Darío y Maxi, en ese lugar de encuentro de tantas compañeras y compañeros. Por eso, recuerdo especialmente la noche en que inauguramos (inauguraste) el centro cultural, el llanto, el vino y las risas, la voz de Leo llorando y celebrando a su hermano, la convicción de vencer pese a todo. Algo diremos después, dentro de unos días, cuando podamos organizarnos, para sacar el dolor y conservar tu energía.
No sé si voy a extrañarte del todo, porque para extrañarte completo no tendrías que estar, y acá estás, Berto, sonriendo canchero, fumando (aunque te retemos), dispuesto a no dejarte vencer por el destino.