Posted on: 21 abril, 2020 Posted by: MULCS Comments: 0

Agrupación Comuna Docente SUTEBA La Matanza —

Entrar a la escuela, reencontrarnos con les compas; charlar, quizá, sobre las mismas cosas que compartimos por whatsapp o Facebook pero cara a cara; darnos cuenta de lo que necesitamos volver a las aulas y estar con nuestrxs estudiantes; no poder; tomar mate cada uno con el suyo aunque encontramos otra forma de compartir (compartimos el termo en vez del mate, nos necesitamos igual); no poder abrazarnos; reírnos. Hasta ahí nuestras necesidades como compañerxs. De ahí en más, lo que sigue es algo a lo que lamentablemente estamos acostumbrados, que naturalizamos desde hace ya cuánto tiempo en los edificios que se vienen abajo, en la falta de material didáctico, de espacio para hacer actividades al aire libre, es decir, de ahí en más la administración de la miseria.

Cambio de funciones…o no tanto

En esta oportunidad, la escuela cumplió una vez más una función que va mucho más allá de lo estrictamente educativo, disciplinar. La escuela como espacio necesario, indispensable de socialización; como centro neurálgico, referente de la comunidad. Esta vez nos tocó repartir bolsas de comida para las familias que más lo necesitan y, como no podía ser de otra manera poniendo el cuerpo de la mejor manera posible en condiciones que nos tenemos que inventar a cada paso. La comunidad de la escuela del relato tiene una población de 400 familias aproximadamente, de la localidad de La Tablada, en un barrio en donde nos encontramos con situaciones más o menos similares, más o menos diferentes, en relación a las posibilidades económicas de cada uno. Ninguno tira manteca al techo, algunas familias tienen trabajo en blanco y la van llevando, mientras que en otros casos, las familias dependen de los talleres de zapatos que tienen en la casa o directamente de changas. Esa población es la más afectada por la situación de crisis general, pero que se profundiza en estos tiempos de cuarentena.

Bolsones de solidaridad

El primer obstáculo con el que nos encontramos fue previo a la jornada. Para la población total no había bolsones. Sólo 159 familias iban a poder acceder a un paquete para todo el mes que consiste en: dos paquetes de fideos; uno de harina; un aceite; una lata de arvejas; una polenta; dos leches; un puré de tomate. Peor es nada, desde ya, pero como dijimos más arriba, no es otra cosa que administrar la miseria. La tarea más difícil fue de las preceptoras que tuvieron que confeccionar la lista. Quién se queda adentro y afuera es una decisión tremendamente difícil de tomar que las familias, como no podía ser de otra manera, hicieron más fácil. Ante los llamados, aquellas que no necesitaban el bolsón, solidariamente lo decían para que sean entregados a quienes más los necesitaban. Gestos de un sector social vapuleado, estigmatizado, denigrado y desconocido para los que agravian. O sólo conocido en tanto objetos pasibles de ser llevados en baúles de autos o de ser maltratados en la cola de un banco. La jornada se desarrolló de manera tranquila y bastante organizada. Éramos alrededor de diecisiete compañerxs entre auxiliares, docentes y directivas, lo que hizo la jornada bastante descansada y lo pudimos resolver rápidamente, logrando que aquellxs que fueron a buscar los “bolsones” no tengan que exponerse a estar haciendo cola demasiado tiempo. Funcionamos como un depósito de mercadería, preparando bolsas, reparando paquetes de fideos que venían rotos o se rompían en el trajín, armando cajas con sobrantes para algunxs que se acercaban para ver si podían conseguir algo de lo que sobre. Sí, también se presentó la situación de abuelas que, viendo el movimiento, se acercaron a ver si había algo para ellas, o estudiantes que al no poder contactarlos porque su situación es tan precaria que no tiene ni referente adulto, familia y mucho menos celular, pasó justo por la puerta. Para todxs hubo, aunque sea algo.

Reflexión en la acción

La experiencia de poder estar nuevamente en contacto con la comunidad nos devuelve a una realidad que en tiempos de encierro podemos llegar a perder de vista. La cuarentena no está siendo lo mismo para todxs. No es que el virus nos ataca a todxs por igual. A algunxs nos encuentra mejor armados, en casas cómodas, con acceso a los gadgets más modernos, cloacas, agua potable; mientras que a los sectores populares más precarizados, que no cuentan con las condiciones mínimas de infraestructura, higiene o alimentaria, lo encuentra expuesto y desarmado. Por último y en tren de pensar las condiciones en las que trabajamos lxs docentes (en este caso, pero cabe lo mismo para médicxs, enfermerxs y todxs lxs que trabajamos en el sector público y en tareas que sean la de garantizar derechos) respecto de las condiciones de higiene, es necesario aclarar que las garantizamos nostrxs. El municipio mandó un alcohol en gel y “algunos” pares de guantes. El resto, bolsas, barbijos, guantes para todxs, más alcohol, lo llevamos lxs compañerxs. Así como en tiempos de clase “normales” somos lxs docentes los que llevamos las tizas, las fotocopias, los borradores, las pizarras cuando no hay pizarrones; así como en tiempos de clases virtuales somxs nosotrxs lxs docentes los que nos capacitamos solxs, compartiendo saberes de manera horizontal y sin pedir nada a cambio; así también en tiempos de crisis sanitaria somos nostrxs los que nos garantizamos las condiciones de higiene básicas que corresponde garantizar a un estado desbastado. Lo que nos queda, por último, es ver si de esta experiencia salimos más fortalecidos para exigir mayores recursos y mejores condiciones de trabajo para nosotros y para las comunidades en las que trabajamos, o vamos a seguir naturalizando la pobreza, administrando la miseria.

Comuna Docente – SUTEBA Matanza.

fuente: https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=232254944847467&id=100719431334353&tn=K-R