Posted on: 24 julio, 2013 Posted by: MULCS Comments: 0

América Nuestra N°1 – Año 1- julio 2013 – Mujer

En el último cuarto del siglo pasado, las organizaciones de izquierda tomaron con mayor profundidad el debate sobre el patriarcado y antipatriarcado. Muchas colectivos políticos, entre ellos el nuestro, hemos comprobado que ya no alcanza con definirnos anticapitalista y antiimperialistas, por ello hemos dado un paso más..

Nosotras, las mujeres del MULCS nos concebimos como continuadoras de luchas pasadas y no tememos tomar elementos de tradiciones diversas si aportan a desentrañar una problemática cuya formación es milenaria.

Por esa razón es auspicioso el hecho de que las organizaciones de izquierda comencemos a tomar el tema de la opresión para saldar esta asignatura pendiente y, a generar espacios propios para la reflexión y acción.

¿Desde dónde partimos?

Hoy nos encontramos en la situación en la que podemos destacar la influencia que han tenido los enfoques de clase en las expresiones políticas asumidas. Por esa razón hacemos un breve recorrido histórico por las dos grandes corrientes que han determinado la conformación de un movimiento de mujeres sólido, como es el que ostenta nuestro país, la del movimiento obrero y el feminismo de la segunda mitad del siglo XX. Desde allí partimos a modo de introducción para arribar a una serie de preguntas claves, para quienes pretendemos superar la sociedad capitalista e incluso los modelos que intentaron conformar el socialismo.

Nuestros ejes y discusiones

Como mujeres del movimiento obrero sostenemos las banderas de lo manifestado por Clara Zetkin en la apertura de la II Internacional, cuando expuso sobre el movimiento de la mujer proletaria y reclamara la igualdad social y profesional de las mujeres. El eje de este enfoque está puesto en la explotación de la que las mujeres somos objeto como trabajadoras. Como tales sumamos nuestra voz para obtener las reivindicaciones como explotadas y superar las desigualdades ante la ley y en el mercado laboral. Las políticas igualitarias en materia del derecho se concentran en arrancar al estado burgués algunas concesiones tanto políticas como económicas (derecho al voto, prohibición del trabajo nocturno, licencia por maternidad, derecho al permiso por lactancia etc.). Dicho de otro modo, esta búsqueda de superación de las condiciones de relegamiento privilegia el enfoque de la producción.

Las distintas corrientes del movimiento feminista1, sobre todo a partir de los años sesenta, se ocupan fundamentalmente de la opresión y, desde esa perspectiva dirigen su mirada hacia los roles socialmente establecidos por la cultura para develar cómo se conforma esa construcción social que hace: de la mujer un ser subordinado a mandatos, canalizados éstos a través de la familia monógama (para la mujer) y, de los dictados masculinos el eje de un proyecto de vida para la mitad de la humanidad a costa de la otra mitad. Esta posición enfoca fundadamente lo que nosotras, desde el marxismo, ubicamos en la esfera de la reproducción.

Nuestra crítica a estos enfoques se basa en lo que consideramos un desplazamiento de los ejes determinantes. Reconocemos a esta respuesta el valor histórico que tiene al enfrentar el enfoque biologista, avance que significó a) sacar a la luz las desigualdades sociales existentes en las relaciones intersexos, b) distanciarse del sexo biológico o lo natural para enfocar lo construido socialmente, con lo que permitió c) avanzar en conquistas específicas.

Pero este paradigma de las corrientes feministas -entendemos- distorsiona las relaciones sociales, en tanto concibe la cultura como la generadora del sistema de explotación y opresión y no la ubica en su relación dialéctica con la ideología dominante ni con las relaciones de producción.

Por otra parte, si enfocamos las corrientes que enfatizan la producción y por ende se concentran en la explotación específica de las mujeres en los lugares de trabajo
asalariado, constatamos que allí se descuida una parte del trabajo de la mujer que si bien figura en la formas mediatizadas del “salario familiar” o de las obras sociales, se trata de lo reproducción de la fuerza de trabajo, tanto generativa como regenerativa, pero no garantiza a las mujeres su administración ni considera determinados aspectos que hacen a la circulación de las mercancías. No debe entenderse que por nuestra crítica al culturalismo, descuidamos el aspecto de la cultura en sus manifestaciones opresivas y explotadoras, sino que, como señaláramos anteriormente, le adjudicamos un rol diferente en el sistema productor de mercancías.

La reproducción generativa de la fuerza de trabajo es la que asegura una nueva generación de asalariados y asalariadas. Un aspecto importante por su duración es la escolarización y la preparación para el trabajo, por lo tanto recae en el sistema educativo.

Mientras que la reproducción regenerativa de la fuerza de trabajo es la que asegura la continuidad de la misma en una misma generación. Ésta recae en el sistema de salud.

Una historia de luchas

En el sistema de producción capitalista las mujeres hemos sido relegadas al espacio doméstico y reproductivo. Siendo apartadas del espacio público – político. Doblemente oprimidas por nuestra condición de clase y de género. Este es parte de una construcción histórica, social y cultural. Las mujeres no hemos sido siempre, el sexo oprimido o “segundo sexo”2. En la época del colectivismo tribal (tribu) las mujeres estuvimos a la par con el hombre y estábamos reconocidas por el hombre como tales. El cambio de esta posición social tuvo origen en el paso de una economía basada en la caza y en la recolección de comida, a un tipo de producción más avanzado, basado en la agricultura, la cría de animales y el artesanado urbano. La primitiva división del trabajo entre los sexos fue sustituida por una nueva división social del trabajo. La mayor eficacia del trabajo permitió la acumulación de un notable excedente productivo, que llevó; primero, a diferenciaciones, y después a profundas divisiones entre los distintos estratos de la sociedad.

Dado que los hombres asumieron el protagonismo en la agricultura extensiva, en los proyectos de irrigación y construcción, así como en la cría de animales, se apropiaron poco a poco del excedente, definiéndolo como propiedad privada. Estas riquezas potenciaron la institución del matrimonio y de la familia y dan una estabilidad legal a la propiedad y a su herencia. Con el matrimonio monogámico, la esposa fue colocada bajo el completo control del marido, que tenía así la seguridad de tener hijos legítimos como herederos de su riqueza. Riqueza que solo le pertenecería a su propia familia. Las mujeres fueron encerradas en casa al servicio del marido y la familia.

En la actualidad el mercado integra, a su vez y de manera desigual, a hombres y mujeres en el trabajo asalariado; por lo tanto la jerarquización que se efectúa a través de este mecanismo es parte constitutiva y elemental de la economía.

La familia patriarcal es la encargada de generar las condiciones para la reproducción generativa. Por lo tanto, en la estructura de las relaciones de producción existe una doble constelación de contradicciones que se proyectan en las relaciones de clase a partir de desigualdades en el control y la disposición del producto social del trabajo asalariado y capital (Godelier). Esto se refleja a nivel interno del mercado y en las condiciones para la reproducción generativa.

Debates abiertos

Estas diversas visiones y tratamientos del problema desde dos perspectivas diferentes han representado un verdadero desafío para nosotras, como izquierda, organizadas en grupos específicos. Las representaciones mediatizadas, tanto sindicales como partidarias no han demostrado demasiado interés más allá de “derivar” esta problemática a comisiones subalternas. En este contexto señalamos la necesidad de reafirmar un principio de representatividad genuino, puesto que a nadie se le ocurriría permitir que un empresario represente a los trabajadores…; pero sí que las mujeres estén representadas por hombres. En este sentido debatimos al interior de las organizaciones si las mujeres sólo podemos representar a las mujeres, o si en el marco de la visibilización de la violencia machista y sexista, también podemos representar a mujeres que además se encuentran atravesadas por su opción sexual u otras formas de discriminación patriarcal. Está en debate si estas nuevas organizaciones de izquierda, ejerciendo el principio de representatividad genuino, también podemos representar otras problemáticas que atraviesan a las mujeres, como el género.

En este sentido se abrió un debate interno, sobre el concepto de “género”, entendiéndolo como una categoría controversial y problemática a ser utilizada. Desde algunas posiciones el concepto de género ha sido introducido para que funcione como un eufemismo, que no hace referencia sobre quiénes se ejercen las violencias patriarcales. En cambio, desde otras miradas el concepto de género se ha vuelto una convención acordada, desde diferentes organizaciones sociales, para señalar a los sectores de la sociedad que sufrimos las violencias impuestas desde una prespectiva heterosexual y patriarcal de la sociedad.

La seriedad de esta crítica nos ha motivado a continuar buscando en el instrumento del marxismo elementos que nos acerquen a las respuestas que buscamos. Ante esto consideramos necesario detenernos en un aspecto que nos parece fundamental: La mercancía fuerza de trabajo tiene la particularidad de ir ligada a un ser humano y, como tal es sexuado. Porta además un sustrato social concreto conformado en la familia patriarcal de la sociedad burguesa con los correspondientes valores impuestos e introyectados por ella. Estos valores se activarán también cuando llegue el momento de elegir, cuál será la formación para el mercado de trabajo que se le dará a la futura fuerza de trabajo, según se trate de una niña o un varón. Es decir, en esta decisión actúa ya una diferenciación según al sexo de pertenencia, en función del capital. Esta selección, determinada por el sexo de la siguiente generación de fuerza de trabajo y, realizada en la familia, muestra el rol “voluntario” que ésta ejerce en la mediación con el mercado laboral y, expresa asimismo una forma del patriarcado que llamamos secundario.

Esta situación de apropiación social de las personas – como entidades sexuadas – mediante el trabajo asalariado y la procreación – es específica para el modo de producción capitalista. Se impuso como norma social cuando se lograron dos desarrollos imprescindibles para su funcionamiento, uno coercitivo y el otro “voluntario”: fue coercitiva la generalización del aprovechamiento de la fuerza de trabajo como mercancía, diferenciada en profesiones u oficios y, fue “voluntaria”, la generalización del modo de vida de la familia nuclear matrimonial, colocada bajo la protección del estado, lo cual no era así al comienzo de la industrialización.3

Ambas son formas de integración alienada y alienante que se vinculan y determinan mutuamente. Desde el punto de vista objetivo se trata de un ordenamiento social en función de la inversión y valorización del capital.

En nuestra condición de sujetos y sujetas sociales reales en el capitalismo estamos compulsadas a cumplir con ambas determinaciones que nos trascienden como individuos/as.

Durante bastante tiempo la discusión teórica quedó centrada en el aporte de las mujeres a la reproducción generativa y regenerativa de la fuerza trabajo. Sin embargo, estudios más recientes, sobre todo, los encarados por Roswitha Scholz (1992)4, plantean la teoría de la disociación del valor: se sitúa históricamente la relación asimétrica intersexos, tal como hoy la conocemos, como una forma específica de la modernidad. Si bien esta asimetría tiene historia, su generalización y la calidad actual fue lograda con la producción mercantil. Esta teoría enfoca determinadas actividades de la reproducción como atención, emocionalidad, sentimientos, que son separadas del valor para entregarlas a lo que se conoce como “tareas femeninas” y conforman las condiciones para la realización del valor. Dichas tareas constituyen los “contextos de vida femeninos”, que como es sabido, son socialmente menos valoradas. Scholz destaca la relación dialéctica que existe entre valor como trabajo abstracto y disociación que surgen de la relación social sexuada totalizante.

Posicionamientos

En el terreno de la práctica concreta, las compañeras del MULCS seguiremos bregando por igual salario para igual trabajo, por la despenalización del aborto, contra toda forma de violencia hacia la mujer, para lo cual nos imponemos generar estructuras que garanticen su efectividad.

Somos conscientes que los dilemas visibles en el movimiento de mujeres se corresponden con los enfoques que a lo largo de la lucha histórica contra la explotación y la opresión de la mujer se han venido dando. Estamos asimismo convencidas que las transformaciones sólo son posibles cuando hay una voluntad colectiva para llevarla a cabo. Cuando se construye colectivamente todos los días un “nuevo consenso social”, un discurso contra hegemónico capaz de disputar las relaciones de poder instaladas en la sociedad. Este es nuestro horizonte y hacia el caminamos.

1 El término feminismo fue acuñado por el socialista francés Charles Fourier (1772-1837), agudo crítico del capitalismo temprano y defensor de la igualdad entre hombres y mujeres.

2 REED, E. La mujer: ¿casta, clase o sexo oprimido? Revista Internacional Socialist Review, septiembre, 1970, Vol. 31, nº 3,pp 15-17.

3 Expuesto por Ursula Beer en su libro [La constitución social de las relaciones intersexos] Geschlecht, Struktur, Geschichte, S. 41, Campus Ffm 1990

4 “El valor es el hombre”, Exit, 1992