Posted on: 18 marzo, 2014 Posted by: MULCS Comments: 0

América Nuestra N°3 – Año 1- marzo 2014

Un negro es un negro. Sólo bajo determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina de hilar algodón. Sólo bajo determinadas condiciones se convierte en capital. Desgajada de esas condiciones, la máquina dista tanto de ser capital como dista el oro, en sí y para sí, de ser dinero y el azúcar de ser el precio del azúcar. El capital es una relación social de producción. Es una relación histórica de producción. (Carlos Marx, “Trabajo asalariado y capital” (1849)

1. La devaluación, esta devaluación

Empecemos por un concepto general: toda devaluación principalmente afecta y afectará a la inmensa mayoría que vive de ingresos fijos, a los que vivimos de salarios, jubilaciones, planes sociales, trabajadores por cuenta propia, etcétera, y que no podemos modificar, por nosotros mismos, el precio de estos ingresos. Al mismo tiempo, una devaluación favorece a los grandes grupos monopólicos, que pueden aumentar sus ganancias tanto por la exportación como por el aumento del precio de su producción en el mercado local, y al capital financiero, que ve valorizado su capital y ampliada su “cartera de negocios”. Es decir, es una transferencia de ingresos de los sectores que viven de ingresos fijos a quienes pueden valorizar su capital en las nuevas condiciones del mercado: se trata de una gran pérdida para los trabajadores y el pueblo, y de una ganancia extraordinaria para el gran capital nacional e internacional. Por cierto, el Estado, en una sociedad capitalista, puede “atenuar” los efectos de una devaluación (a través de controles de precios, aumentos generales de salarios, otorgamiento de subsidios, etcétera), pero no puede anular los efectos negativos que tiene la medida para la gran mayoría de la población.

En el caso concreto de la megadevaluación de fines de enero de 2014 (cuando el precio del dólar en el mercado oficial pasó de 6 a 8 pesos en menos de un mes, es decir, una devaluación aproximada del 23%,), vemos como hay tres grandes sectores capitalistas que aparecen como “ganadores” de esta situación: los grandes exportadores (como los que integran el complejo de granos y aceites, y en general la producción agropecuaria); el gran capital financiero, que verá mayor flujo de capital para sus arcas; y las grandes transnacionales que monopolizan la producción, distribución y comercialización en nuestro país de productos claves, desde el acero y el cemento hasta los alimentos básicos envasados, las harinas, los productos de limpieza, etcétera. Como ocurre en estas circunstancias, los pequeños y medianos productores, los comerciantes de menor envergadura, intentarán sobrevivir en un mercado nacional cada vez más concentrado y extranjerizado, mientras que los trabajadores y el pueblo veremos afectados nuestros ingresos.

El alto nivel de concentración y extranjerización de los grandes grupos que dominan la estructura económica argentina (ver recuadro) determina que, en ausencia de un Estado que cumpla “roles empresarios”, unos pocos actores decisivos puedan aumentar la inflación real, modificar el tipo de cambio, y en general tomar decisiones que de hecho afectan a la gran mayoría de nuestro pueblo. De esta forma, el papel de los monopolios es, dentro del capitalismo dependiente argentino, cada vez más influyente.

Esta devaluación se da en un marco de una fuerte disputa interburguesa, en el terreno económico, y por supuesto también en el político. Los grandes grupos económicos mencionados (junto a los sectores políticos internacionales y nacionales estrechamente vinculados a ellos) forzaron la megadevaluación de enero, que destrozó la política de devaluaciones controladas que vino practicando el Gobierno nacional durante todo el año 2013 (con el resultado de una devaluación real del peso mayor al 30% durante el año). En total, desde principios de 2013 hasta enero de 2014, el peso se devaluó un 60%. En ese marco, la devaluación es una intensa pulseada económica y política tanto por la apropiación de las ganancias extraordinarias, como por quiénes fijan las políticas económicas y sociales a partir de ese mismo momento.

Con estas medidas, el Gobierno intenta fijar un nuevo valor para el dólar en 8 pesos, y anunció la disminución de los controles a la compra de dólares para atesoramiento empresarial y personal. Es decir, cede y se rinde a los grandes capitales concentrados. La pregunta obvia que surge ante la situación es simple: ¿por qué el gran capital concentrado, y por supuesto el imperialismo, perderían la oportunidad de ir por más, tanto en lo económico como en lo político? Lo más probable es que sigan reclamando (y consiguiendo) mayores concesiones y ganancias en el corto plazo.

Estamos frente a un problema “clásico” de los procesos políticos reformistas, que intentan acumular capital político con medidas favorables a los trabajadores y sectores populares, conservar cierto nivel de independencia política frente al gran capital y al imperialismo, pero al mismo tiempo sostener (con “muñeca”, con “viveza criolla”) las buenas relaciones con el poder real en nuestro país y en el mundo.

En ese sentido, vemos como todo el manejo de la política cambiaria en relación al dólar (desde septiembre de 2011 hasta la actualidad) es el producto de un Gobierno que, aspirando a conservar márgenes de autonomía relativa frente al imperialismo y el gran capital, nunca estuvo dispuesto a enfrentarlo claramente. Pasar de la política suicida de la compra, sin mayores requisitos, de 2 millones de dólares para cualquier persona a un control de cambios ineficiente, el “cepo cambiario”, con tantos agujeros y posibilidades de brillantes negocios legales e ilegales (como el dólar con liquidación, inducido por el propio Estado al sacar a la venta en pesos Bonos de deuda nominados en dólares que se pueden cambiar “legalmente” por dólares billetes; las corridas bancarias; los intentos de controlar el tolerado mercado del dólar “blue”, el débil “blanqueo de capitales”, mostró esta incapacidad del equipo gobernante.

Los tibios intentos de “desdolarizar” nuestra economía (como la promoción de inversiones en acciones de YPF en pesos, y el desaliento a los plazos fijos en dólares) que fija precios centrales en esa moneda como ocurre en el mercado inmobiliario desde principios de la década de 1970, terminaron con un reforzamiento del papel económico y político de la divisa de EEUU. El Gobierno nunca se animó, ni en sus mejores sueños, a cuestionar en los hechos (y no sólo en las palabras) a los sectores concentrados y extranjerizados que dominan nuestra economía.

2. Dólar, tipo de cambio, dependencia económica y política del imperialismo y los grandes monopolios

El dólar, y en especial el manejo del tipo de cambio, es una de las expresiones centrales del poder del imperialismo norteamericano y de los grandes grupos económicos monopólicos que dominan nuestra economía (y quieren mayor poder político), y siguen siendo centrales en la economía real de nuestra América Latina.

A partir de los acuerdos de Bretton Woods (1944), se establecieron en forma simultánea el uso del dólar como moneda de intercambio internacional (en reemplazo del patrón oro, vigente hasta entonces, y la formación del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Este nuevo esquema de poder internacional, derivado de los resultados de la Segunda Guerra Mundial, promovió y favoreció el dominio imperial yanqui en todo el mundo. Por supuesto, no se trata de simples instrumentos de poder económico, sino de instituciones que consolidaron el rol de EEUU, junto a sus aparatos de dominación política y militar.

Queremos resaltar un caso testigo sobre la importancia que le otorga el imperialismo norteamericano al uso del dólar como moneda de intercambio a escala mundial. Varios analistas y economistas especializados en economía internacional han planteado que una de las causas centrales de la invasión yanqui a Irak (en 2003, que inició un nuevo ciclo de injerencia militar de EEUU en Medio Oriente) fue el intento del Estado iraquí de fijar el precio del petróleo en una canasta de monedas (con predominio del euro) en lugar del dólar. Esta perspectiva, junto a la necesidad de intervenir en la fijación del precio del petróleo y la activación cíclica del complejo industrial – militar norteamericano, es analizada por distintos autores: como ejemplo, citamos a Álvarez Peralta, Nacho.- “La dinámica de la economía norteamericana durante los años ´90: inestabilidad financiera, crisis y guerra contra Irak” (Revista CICLOS en la Historia, la Economía y la Sociedad, número 25/26, 2003, Faculta de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires), y a Clark, W.- “The Real Reasons for the Upcoming War With Iraq: A Macroeconomic and Geostrategic Analysis of the Unspoken Truth”, Independent Media Center, enero 2003.

En Nuestra América, la política exterior de los EEUU para la región tiene varios lineamientos centrales: fortalecer su Alianza del Pacífico (México, Colombia, Chile, Perú) y extender los TLC (Tratados de Libre Comercio); impedir la consolidación de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América ALBA (en donde promovió revueltas, huelgas patronales, y Golpes de Estado en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y logró ejecutar el Golpe contra Zelaya en Honduras), y limitar, condicionar, la política de Brasil en la región (con distintos instrumentos: las bases militares norteamericanas que rodean su territorio, el hostigamiento financiero a sus aliados como Argentina, la presencia de la Cuarta flota en sus costas). Brasil viene sosteniendo su propia política sub-imperialista en el continente (y actuando internacionalmente en el marco del BRICS, que reúne a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

En este plano del análisis, pensando desde la estrategia de la “aproximación indirecta”, golpear a un aliado de la política brasileña en la región, como es el caso del Gobierno argentino, favorece su dominación política. De paso, esta política también les resulta útil para cubrirse ante la posibilidad de que la situación política en Chile incline al Gobierno de Bachelet hacia el eje brasileño, en desmedro de la Alianza del Pacífico, y limite el desarrollo del poder militar de EEUU y Gran Bretaña en el Atlántico Sur. No hay que olvidar la base militar británica en las Malvinas, que sirve a esta estrategia político-militar.

Por supuesto, las motivaciones centrales de esta devaluación parecen estar en la situación económica local, pero es preciso pensar siempre en el cuadro de situación completo a la hora del análisis. Entendemos que la política y la economía se interrelacionan mutuamente, y que hay que conocer más y mejor como se vinculan en esta situación concreta. Un mundo “globalizado” implica un mundo capitalista cada vez más amplio, y por ende con mayores niveles de complejidad y de interrelación de los fenómenos económicos y políticos en el escenario internacional.

3. Devaluación y lucha salarial: la resistencia de los trabajadores, y la construcción de un programa ante la crisis

En donde hay unidad de criterios de los distintos sectores burgueses, en donde consiguen unificarse, es en la necesidad de que la devaluación sirva para bajar un precio central de toda economía capitalista (el precio medio de la fuerza de trabajo, es decir el salario) y, al mismo tiempo, subir la mayoría de los precios de la economía, en particular los bienes exportables, pero también los que se distribuyen en el mercado interno. Se trata de volver nuevamente a la Argentina un país “competitivo” en términos internacionales, después de la depreciación de la moneda brasileña y de las devaluaciones inducidas por la política monetaria norteamericana en países como la India y Turquía. Es decir, bajar el valor del salario en términos nacionales e internacionales.

Una vez conseguido ese objetivo compartido (más allá de las declaraciones de la oposición burguesa), vuelven a reproducirse los acuerdos y disputas de los distintos grupos económicos monopólicos y oligopólicos que actúan en nuestra realidad, en donde los sectores más vinculados a la industria y al mercado interno intentan seguir apropiándose, vía el Estado, de parte de las ganancias del complejo agroindustrial, y los sectores vinculados a las exportaciones agropecuarias continuarán intentando pagar menos impuestos y retenciones para lograr sus famosos “precios llenos” (es decir, cobrar por las exportaciones de granos y aceites el precio en dólares del mercado internacional, sin descuentos por retenciones).

Pero el verdadero «éxito» de la devaluación dependerá del nivel, del desarrollo de la resistencia del movimiento obrero y popular.

Por ejemplo, en 2002, la devaluación fue «exitosa» porque, en un contexto de grandes movilizaciones y reclamos populares, no existieron luchas salariales generalizadas, los salarios no subieron en forma nominal, y los niveles salariales cayeron a un nivel muy bajo. Con casi 30% de desocupación y un altísimo índice de empleo precario, con más del 50% de la población bajo la línea de la pobreza y más del 20% en condiciones de indigencia, en el marco de una crisis política y económica general, los ingresos de los trabajadores y los sectores populares cayeron al mínimo, por debajo de los valores que ostentaban al inicio de la crisis que, en el plano local, empezó a manifestarse en 1998. Las primeras luchas salariales comenzaron a fines de 2004 (con la toma del edificio de Telefónica por FOETRA), y se generalizaron los reclamos salariales, con muchísimos conflictos no encuadrados por las direcciones sindicales oficiales durante el primer semestre de 2005. Sólo ante esa situación, el Gobierno rehabilitó la negociación paritaria, como forma de contener el reclamo y fortalecer a las direcciones sindicales frente a una masa de reclamos «inorgánicos», donde germinaba un avance de los sectores combativos, democráticos y clasistas en el movimiento sindical.

Por el contrario, hoy es difícil pensar que no habrá una fuerte resistencia de los trabajadores, y de las conducciones sindicales (aún las más estrechamente vinculadas al Gobierno nacional y a los intereses empresarios). Los propios analistas vinculados al Gobierno kirchnerista creen que este año tendrá el mayor nivel de conflictividad laboral de la década.

Un Estado que no controle la producción y/o la comercialización de su principal mercancía (en la Argentina, los cereales, la soja, los aceites) tiene un doble condicionamiento: no podrá defender su autonomía y su independencia frente a los grupos monopólicos y los distintos bloques imperialistas, y no podrá evitar que se deterioren los ingresos de la clase trabajadora y los sectores populares, ya que muchos de los bienes exportables forman parte de la canasta básica nacional.

En las circunstancias actuales, este control de la economía nacional no puede separarse, en un mundo dominado por la lógica del imperialismo, de la necesidad de promover la unidad de Nuestra América, hoy representada por el proyecto del ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). Por ejemplo, frente al problema energético, nuestro país debería integrarse a un sistema de intercambio solidario con los países con mayores capacidades en ese terreno, y al mismo tiempo brindar un aporte relevante en los aspectos que sean necesarios (como en la producción de alimentos).

Es imprescindible que los trabajadores y el pueblo construyamos un programa de medidas políticas que ponga en el centro las necesidades de los trabajadores y el pueblo, y que imponga los intereses nacionales y latinoamericanos frente a las políticas que promueve el imperialismo. Ese programa debe contemplar:

. Eliminación del IVA a los productos de la canasta básica y a los medicamentos

. Estatización del comercio exterior y del sistema financiero

. Control del mercado cambiario

. Nacionalización de los ferrocarriles, de la producción y transporte de energía, de los combustibles, y de los bienes comunes de la naturaleza (minerales, hidrocarburos, agua), bajo control de los trabajadores y el pueblo.

. Incorporación de Argentina al ALBA. Integración política y económica en energía, transporte, y moneda con los países de ese bloque.

. Controles populares de precios, con relevamiento de las tasas de ganancias de las grandes empresas monopólicas

. Establecimiento de mercados populares, que operen en cada municipio del país, basado en la extensión del Mercado Central como sociedad del Estado. Extensión de las redes de comercio justo de los movimientos populares.

. Aplicación de la Ley de Abastecimiento

. Salario igual a la canasta familiar. Escala móvil de salarios acorde a la inflación. Paritarias sin techo

. Incremento de la cantidad y los montos de los planes sociales

. Desconocimiento del CIADI como tribunal para los litigios con las multinacionales, siguiendo el camino de los países del ALBA.

. Reforma agraria integral, en el camino de la soberanía alimentaria.

. No al pago de la deuda externa ilegal, ilegítima y fraudulenta

Seguramente, la posibilidad de imponer este programa requiere la construcción de una enorme lucha y movilización de la clase trabajadora por la defensa del salario real en los próximos meses, en donde deberemos actuar con firmeza y amplitud.

Pero también dependerá de la conformación de una alternativa política de los de abajo, de los trabajadores y el pueblo, que actúe con perspectivas antiimperialistas y socialistas hacia las mayorías populares, y en la formación de un frente único capaz de impulsar estas medidas frente a la política de las distintas fracciones burguesas que llevan adelante las políticas devaluatorias. En síntesis, se trata de actuar para cambiar la relación de fuerzas, y disputar el poder político del capital.

Algunos datos: Concentración y extranjerización de la economía argentina

En el último año de la “Convertibilidad” (2001), el Valor Bruto de Producción (VBP) era del 34% del PBI; en promedio, a fines de 2007, el mismo indicador implicaba el 56% del PBI.

Según datos de la ENGE (Encuesta Nacional de Gran Empresas, del INDEC), tomando las 500 empresas más importantes, en 1993 282 empresas eran de capital nacional y 219 de capital extranjero; y en 2007, las empresas de capital extranjero eran 330 y las de capitales nacionales 170.

Fuente: Arceo, Nicolás; González, Mariana; Mendizábal, Nuria; Basualdo, Eduardo.- La economía argentina de la posconvertibilidad en tiempos de crisis mundial.- Buenos Aires, Cara o Ceca, 2010