
22/3/2021
Tantos años después, desde nuestro pueblo trabajador seguimos repudiando a la dictadura cívico – militar, y luchando por acabar con la impunidad de ayer y de hoy. Se trata de continuar el camino de lucha de les 30.000, y de recordar nuestra historia para sostener las luchas del presente y del futuro.
“Proceso de reorganización nacional” se autodenominó la Dictadura iniciada con el golpe militar del 24 de marzo de 1976. Es necesario ubicarla en un contexto más amplio, nuestroamericano, internacional e histórico, y reconocer sus impulsores y beneficiarios. Es preciso comprender las limitaciones y también las complicidades de clase de los Gobiernos que se sucedieron desde 1983 para comprender cómo los elementos centrales de esa “reorganización” continúan sosteniendo las injusticias, las políticas represivas y la pérdida de nuestros derechos populares hasta hoy.
Desde la dictadura, conservan su vigencia numerosos problemas estructurales: la deuda externa que seguimos pagando, aunque no debemos; la Ley de Entidades Financieras que sigue acrecentando el poder de los bancos, la propiedad de la tierra convertida en un bien especulativo y negada a nuestro pueblo, el comienzo de la destrucción de nuestros ferrocarriles, la destrucción industrial en beneficio de los agronegocios y la especulación financiera. El incremento de la explotación laboral, la prohibición de la organización sindical de les trabajadores, fueron claves en esos años. Junto a las ganancias de los agroexportadores, se incrementaron los precios de los alimentos, un problema que se reitera en nuestros días. Por cierto, el gatillo fácil y la impunidad para las fuerzas represivas son elementos que provienen de aquellos años y que siguen marcando nuestras vidas.
El odio a nuestro pueblo por parte de la oligarquía y de la gran burguesía argentina, ligada al imperialismo y a las grandes multinacionales, tiene una amplia historia de saqueos y genocidios, desde los años de las Guerras por nuestra independencia. Fundaron sus estancias masacrando a los pueblos originarios, llenaron sus arcas con el contrabando y el manejo de las exportaciones, organizaron los poderes del Estado y las Fuerzas Armadas a la medida de sus intereses y en defensa de sus privilegios. Las leyes, como las víboras, sólo muerden a los descalzos.
Algunos de esos apellidos de la oligarquía nacional marcan nuestra historia hasta la actualidad: Peña Braun (de la Patagonia Trágica hasta Cambiemos), Bullrich, Blaquier, Martínez de Hoz. Esa oligarquía sigue presente hoy entre los sectores de poder que dominan nuestro país, muchas veces como socios menores de las multinacionales y del capital financiero. Son parte de quienes contrajeron la deuda eterna, de quienes hicieron los acuerdos con el FMI y los organismos internacionales de crédito, quienes privatizaron y destruyeron las empresas estatales necesarias para sostener una política soberana. Junto a los ministros de Economía que representaron estos intereses (como Alsogaray, Alemann, Cavallo y tantos otros), transfirieron sus deudas privadas al Estado para que las pague nuestro pueblo trabajador, evadieron impuesto y fugaron capitales. La política represiva de la dictadura estuvo al servicio de sus intereses permanentes.
Hoy muchos de los continuadores de esa dictadura están en Juntos por el Cambio, cuyo gobierno continuó con la política iniciada en esa etapa terrible: multiplicaron la deuda externa y fugar las divisas; aumentaron la represión y las muertes provocadas por las fuerzas represivas; saquearon nuevamente las jubilaciones y reprimieron en el Congreso a todes quienes nos opusimos en diciembre de 2017. Los sectores más reaccionarios de nuestro país siguen reivindicando a la dictadura, y sus seguidores cuelgan bolsas negras que simulan cadáveres en las puertas de la Casa Rosada.
Volviendo a 1976: Los orígenes del Golpe
A principio de la década de 1970, Argentina era el país con mayor grado de industrialización en Nuestra América, con grandes concentraciones obreras en las principales ciudades y una historia casi centenaria de luchas que, conjugando el bagaje ideológico y las experiencias atesoradas en la memoria colectiva en experiencias concretas de unidad, solidaridad y organización, activaban todos los métodos de lucha cada vez que avanzaban políticas de entrega, o de mayor explotación y opresión. En ese camino, aún sin asumir mayoritariamente un proyecto político independiente de la burguesía argentina, la clase obrera había sido durante años “el hecho maldito” para los sectores dominantes.
En ese momento histórico, en todo el mundo comenzaba una etapa de reforzamiento del poder del capital financiero. En nuestro continente, esa etapa fue acompañada por los sectores dominantes locales, aliados del imperialismo y de los bancos contra nuestras clases trabajadoras y nuestros pueblos, y cómplices necesarios de las dictaduras militares.
En nuestro país, las multinacionales no esperaron al golpe genocida de 1976 para desatar su furia contra nuestro pueblo. El Rodrigazo, la Triple A, el golpe en Córdoba contra el gobierno de Obregón Cano, la represión en Villa Constitución, fueron momentos claves de esta ofensiva antiobrera y antidemocrática.
Los sectores de las clases dominantes que prepararon la dictadura, igual que en las anteriores como en 1955 o 1966, fueron los más directamente ligados al imperialismo yanqui, y a las empresas monopólicas. La necesidad política de las clases dominantes locales era a la vez asumida como parte de la consolidación de su poder asociado al capital financiero internacional en expansión.
La situación internacional en esos años hacía que EEUU necesitara consolidar su dominio en su “patio trasero”, donde la Revolución Cubana llevaba más de una década nacionalizando empresas yanquis, intentando construir el socialismo, e iluminando otros procesos populares de resistencia.
La Escuela de las Américas, el Plan Cóndor, la Doctrina de Seguridad Nacional fueron los instrumentos diseñados por la CIA y el Pentágono para hacer de las fuerzas armadas y servicios de inteligencia de los países latinoamericanos verdaderas fuerzas de ocupación en sus territorios, para imponer los planes económicos diseñados por las transnacionales y sus socios nativos.
¿Por qué fue un genocidio?
Los campos de concentración, las desapariciones forzadas, los fusilamientos sin juicio, torturas y violaciones, la apropiación de les hijes y bienes de las víctimas, el ataque selectivo a un grupo señalado como “enemigo” son los elementos que tipifican al genocidio, repetidos cada vez que la voracidad imperial decide extender sus dominios territoriales, imponer su fuerza sobre los pueblos.
El blanco de los genocidas del golpe 76-83 fue el grupo que podría oponer resistencia a su plan de “reorganización nacional”, una verdadera re-estructuración de la economía hacia una mayor concentración y dependencia, basadas en el endeudamiento, desindustrialización, desmantelamiento del “estado de bienestar”, y destrucción de las organizaciones obreras y populares. Las organizaciones revolucionarias ya habían sido duramente golpeadas durante la avanzada represiva y fascista del gobierno de Isabel Perón y la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), con el objetivo de reducirlas y aislarlas.
La Dictadura se propuso poner de rodillas a la clase trabajadora, al pueblo, y a las organizaciones populares, que no sólo resistían, sino que encarnaban proyectos revolucionarios de liberación nacional y social, orientados a la construcción de una sociedad diferente, con perspectivas socialistas. Sin embargo, a pesar de la represión y el silencio, a la intervención de los sindicatos, nunca pudieron aplastar totalmente la lucha obrera que se sostuvo resistiendo a pie de máquina en las fábricas el aumento de los ritmos de producción o la reducción de puestos de trabajo, mediante medidas organizadas en los baños, en juntadas hogareñas, en partidos de fútbol.
Al secuestro y desaparición de cuerpos de delegades completos, en base a datos y con infraestructura proporcionada por las empresas (Ford, Mercedes Benz, Molinos Rio de la Plata, Alpargatas, Ingenio Ledesma, Acindar, Minera Aguilar, y en tantas otras empresas) se sucedieron las razzias en colectivos en horarios de entrada al trabajo, el cercado militar de barrios obreros, la intervención de sindicatos combativos, el cierre de cooperadoras escolares, sociedades de fomento, centros de estudiantes, y hasta salas de salud barriales. Intentaron terminar con todas las formas de organización popular.
“Achicar el Estado es agrandar la Nación” (¿o los negocios?)
Este fue uno de los slogans preferidos de la dictadura para fundamentar la “reorganización” del Estado. La reforma del Estado iniciada en esa etapa (vital para la reestructuración de la economía y la sociedad que se proponían los grupos económicos concentrados) recién pudo ser completada durante el gobierno de Menem. En la etapa menemista siguieron desmantelando el aparato productivo, cerraron los ferrocarriles, y aumentaron la desocupación y la precarización laboral, con el objetivo político de la reducción de la clase trabajadora industrial.
En la dictadura, la deuda externa pasó de U$S 7800 millones en 1976, a U$S 45.100 en 1983, aumentando un 465%. Gran parte de esa deuda –U$S 23.000 millones- correspondía a deuda contraída por empresas y fue nacionalizada en 1980. Por eso seguimos diciendo que la deuda es ilegítima e ilegal, como lo marcó en su momento el fallo Ballesteros.
Las empresas beneficiadas y sus responsables no sólo permanecen impunes, sino que mientras el país se desangró en sucesivas renegociaciones y pagos, acrecentaron su poder económico y político a través de sucesivos gobiernos, logrando en 2015 acceder directamente al gobierno nacional, con Macri a la cabeza, continuando su política de concentración económica, entrega y saqueo al pueblo y los fondos públicos.
Quizás varíen los porcentajes, pero no el derrotero de miseria y dependencia a que nos conduce “honrar la deuda”. El modelo económico impuesto empobrece al pueblo, y se reducen los presupuestos de salud, educación, vivienda, y aumentan el gasto en fuerzas de seguridad para asegurar el control social de los sectores más empobrecidos.
A 45 años del inicio de la Dictadura, aún no nos hemos recuperado del impacto económico, laboral y social que significaron aquellos años. Pero no pudieron terminar con la resistencia obrera y popular, que regresa frente a cada momento de ajuste y represión. Es la dignidad popular que resiste, a veces en forma espontánea y desorganizada, en asambleas y puebladas, en ollas y cooperativas populares, en la resistencia en los lugares de trabajo, en las tomas de fábricas y de tierras para vivir, en la desbordante marea feminista, en los escraches a represores y abusadores, en cada reclamo por verdad y justicia frente a cada injusticia.
Somos parte de un pueblo que sigue buscando el camino que nos lleve “desde la resistencia a la victoria”, la sociedad por la que luchaban y dieron su vida las y los 30.000, y muches compañeres más desde entonces.
Somos parte de un pueblo que sigue abrazando a las Madres de la Plaza, forjado con su ejemplo en la certeza de que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”.