Posted on: 24 mayo, 2012 Posted by: MULCS Comments: 0

«Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.

Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.» Bertolt Brecht

Los cuatro compañeros toman mate. Hace más de cuarenta años que se conocen; entre los lazos de unión amistosa, uno de los más fuertes lo forman los recuerdos de la militancia compartida en el Frente Revolucionario Peronista, en los primeros años de la década del setenta. Hace apenas unos días se han visto con quien fue el dirigente máximo de la organización: Armando Jaime… tan hermano, tan compañero, tan querido.

Ni Coque, ni Liliana, ni Oscar, ni Delia recuerdan exactamente el momento en que conocieron al “Gordo”, como cariñosamente llaman a Armando. Los cuatro coinciden en una sensación, casi certeza, de conocerlo desde siempre.

¡Tengo tantos recuerdos lindos con Armando! – dice Coque– Uno de los días que más compromiso y emoción sentí fue cuando me tocó ir a buscarlo al Gordo a Ezeiza… regresaron todos los presos de Rawson. Verlo aparecer detrás del Negro Ortega Peña fue muy fuerte, nos colamos a la pista, rompimos la barrera de la policía aeronáutica, con Mario; todas las organizaciones pecharon y los esperamos al pie de la escalerilla. Fue hermoso lograr ese hecho. Al otro día fue Ragone a buscarlo, estaba en la casa de la compañera María, y se fueron en el avión de la gobernación de Salta, con más de diez compañeros del Norte, de distintas organizaciones.

Me acuerdo en el ’75 –dice Oscar–, estábamos con algunos cumpas en Temperley, militando el barrio detrás de la fábrica del vidrio, “Cattorini”. Vimos venir un hombre con sombrero y anteojos, un desconocido, pero como que nos miraba decididamente el paisano: ¡era el Gordo! Nos saludó, ahí lo reconocimos, pero no se detuvo. Ya la situación era muy peligrosa, sobre todo para él; sin embargo, continuaba con sus recorridas y visitas a los compañeros de barrio.

Tengo una imagen muy fuerte y nítida del Gordo –dice Delia–; lo veo en la casa de Lanús, paró muchas veces ahí cuando estaba en Buenos Aires, y le gustaba sentarse en un sillón grandote que había, se ponía su valija con libros al lado, en el piso, y leía tan concentrado que daba pena hasta ofrecerle un mate. Pero cuando se daba esta situación, mientras tomaba el mate, comentaba lo que estaba leyendo, muy didáctico, y recomendaba: “esto hay que leerlo, ¿eh?”.

En este momento –dice Liliana– me viene el recuerdo del día que, estando en la Unidad Básica Trelew, los compañeros Mario y Armando Jaime me propusieron integrar el Frente Municipal, como militante del FRP. Este Frente era opositor a la burocracia de Genta y Datarmine. Un ofrecimiento que me emocionó mucho, ahí trabajaba personal de la salud y, recién recibida y con escasa militancia, me incluían, confiaban en mí. Y trabajamos mucho. Como Frente opositor, con otros integrantes de la organización, como la Dra. Elena de Rosas, en la recién inaugurada Unidad Básica Bonorino, en el Bajo Flores, se crea un Dispensario… Pobre Elena, secuestrada y desaparecida por la dictadura genocida…

Esa Unidad Básica –recuerda Liliana– se crea gracias a que un compañero de la Villa del Bajo Flores, Manuel, asesinado después, cedió parte de su casa… Y en ese dispensario se atendía de mañana y de tarde, cientos de niños… Se conseguían vacunas, los medicamentos más necesarios… y se consolidaron lazos con hospitales, como el Muñiz, donde se podían derivar pacientes. Y de eso participé porque Armando me puso una ficha de confianza ni bien me integré al FRP.

Ya que nombraste la casa de Lanús, me viene otro recuerdo fuerte –dice Coque–, fue cuando hubo una reunión  de cabezones en la casa, en la calle Saúl de Lanús, estaban todos: el Gordo, Piquillín, Mario, el Robi, el Negro Quieto y Montenegro. A mí me tocó trasladar a Montenegro a la casa de María; al salir del paso bajo nivel de Lanús, nos topamos con un operativo del ejército; tuvimos la suerte de pasar sin que nos detengan, ¡a Montenegro lo buscaba el país entero! A la noche, cuando lo encuentro nuevamente al Gordo y le comento el hecho, se caga de risa y me dice: “suerte de principiante, si caían ustedes nos pescaban a todos”.

Liliana retoma su propio recuerdo y dice: Armando me presentó al compañero Vesa, opositor de Genta en el sindicato de los municipales. Me llevó a la casa y este compañero, hoy ya muerto, nos brindó su casa para los ratos de descanso, para matear, para charlar… Haber conocido a Vesa también se lo agradezco al Gordo.

Yo destaco –dice Oscar– porque también lo he agradecido todos estos años, que tenía un trato especial conmigo, que me honraba y me emocionaba mucho, porque yo no cargaba experiencia en el trabajo político, pero el Gordo tenía confianza y, aparte de las tareas reivindicativas, me invitaba a participar en otras tareas, como colaborador; eso ayuda, cuando como entonces, en los primeros años de los ’70, están las condiciones para la militancia y la conciencia de clase irrumpe y se afianza.

Eso sí que es cierto –dice Delia–. Siempre recuerdo que una vez lo acompañé al Gordo desde casa, la de Lanús, hasta la pizzería Pipo; se encontró con Alicia Eguren… ya me había dicho en el camino que la reunión debía ser rápida, pero no supe con quién era hasta que llegamos. Mientras charlaban, tan bajito que me costaba oírlos, tuve ese sentimiento extraño que aún evoco: estaba con dos personas que darían la vida si era necesario, pero nunca renegarían ni de la Revolución ni de sus convicciones.

Por suerte, el Gordo zafó –dice Liliana– pero la compañera Alicia, no. Está desaparecida…

El Gordo está cumpliendo su octava década militando, reflexionando, estudiando, contribuyendo, como toda su vida, a dar testimonio del coraje de los que se niegan a callarse y luchan incansablemente…

Oscar dice que el encuentro en Temperley le ha traído otro: el Gordo ya tenía pedido de captura; yo iba por la calle con mi valijita, haciendo el trabajo para ganarme el puchero y alguien me chifla. Allí estaban, en un bar, el Negro Arroyo y Armando, los dos tenían captura recomendada y estaban ahí, sin mínima seguridad; con ese desparpajo militante, sin miedo y con la audacia necesaria, respondiendo a la necesidad de contactarse más allá de las amenazas y la persecución. Me causó admiración y alegría ese encuentro.

Los amigos callan un rato, nadie lo pone en palabras pero los cuatro piensan que el Gordo es imprescindible.

Regional Buenos Aires del viejo y querido FRP

Buenos Aires, julio de 2012