Posted on: 5 febrero, 2021 Posted by: MULCS Comments: 0

05/02/2021 –

Desde el MULCS entendemos que resolver las necesidades de la clase trabajadora y los sectores populares de nuestro país requiere una revolución antiimperialista, antipatriarcal y anticapitalista profunda, en tránsito al socialismo.

Desde nuestros orígenes, esta concepción estratégica es el punto central de unidad que nos ha permitido avanzar en la elaboración de nuestras propuestas políticas y orientar nuestras acciones en las distintas coyunturas. Es inocultable para una gran parte de nuestro pueblo trabajador la grave crisis que atraviesa la estructura socio-económica de nuestro país, que es la de un capitalismo de desarrollo mediano, cada vez más dependiente del capital financiero trasnacional.

Esta situación crea incertidumbre en gran parte de la sociedad, pero, como lo demuestran las elecciones, las mayorías populares confían en que es posible superar la crisis y mejorar la distribución de la riqueza nacional sin trastocar toda la estructura de este capitalismo dependiente.

Nos corresponde a las fuerzas revolucionarias demostrar y convencer a esas mayorías que este rumbo, que en lo inmediato aparenta ser más corto y menos conflictivo que nuestra propuesta estratégica, es sólo una ilusión política promovida por las capas medias de la burguesía local, necesitadas también de ponerle un límite a la voracidad del gran capital que en los últimos años las empobreció aceleradamente o directamente las arruinó. Es una fantasía política que el gran capital, que puede perder temporalmente el control del gobierno pero mantiene el control real del país, se avendrá a un pacto en el cual sacrifique parte de sus intereses en beneficio del conjunto social. Este planteo no expresa más que las debilidades estructurales y políticas de estas capas medias de la burguesía para enfrentarlo.

Los ejes fundamentales

Para torcerle la mano al gran capital y superar la crisis en primer lugar hay que definir con claridad

las líneas fundamentales, los ejes de acción, que socaven la estructura de poder que lo sostiene.

Por eso estas líneas no pueden derivar más que de la propia estructura del país de la cual se alimenta esta clase parasitaria: el estrecho entrelazamiento de los intereses del gran capital local con los grupos financieros trasnacionales. El crecimiento bajo todos los gobiernos, desde los tiempos de la dictadura militar de 1976, del endeudamiento de las finanzas públicas, tanto del Estado nacional como de las provincias, es el principal mecanismo y también un reflejo directo de la creciente dependencia de nuestro país de esos capitales trasnacionales y sus intereses imperialistas. Enfrentar estos intereses para recuperar la soberanía nacional resignada, no sólo en el terreno financiero, sino también en el energético y el alimentario (a través del agronegocio) es primordial para nuestro pueblo. La lucha antiimperialista es un primer gran eje de acción, parala cual hemos asumido a lo largo de nuestra trayectoria una serie de propuestas que tienen plena vigencia.

Ese papel hegemónico del gran capital financiero en la vida nacional no ha hecho más que agravar a límites insospechados la explotación de les trabajadores (la extracción de plusvalía) propia de toda sociedad capitalista. Con la creciente concentración monopólica del capital y bajo el látigo de la desocupación, nuestra clase trabajadora fue retrocediendo no sólo en las conquistas logradas en un siglo de lucha sino también en la unidad de clase forjada en esas luchas. Hoy tenemos una clase trabajadora más empobrecida, trabajando en peores condiciones y más fragmentada que décadas atrás. La lucha anticapitalista y por la unidad de la clase trabajadora es nuestro otro gran eje de acción,un terreno, en el que en el MULCS, recogiendo los programas históricos de les trabajadores argentinos, tenemos una rica experiencia teórico-práctica para aportar a esas definiciones.

El tercer gran eje de acción es el de las luchas democráticas. No se trata sólo de hacer respetar los derechos individuales establecidos constitucionalmente, que además permanentemente se les violenta a los sectores populares, sino de democratizar toda la estructura del Estado capitalista argentino, que es profundamente antidemocrático. Por intereses coyunturales parece que un sector de la burguesía ha descubierto que uno de los poderes públicos, el judicial, no es democrático y hay que reformarlo. Las organizaciones con objetivos revolucionarios sabemos y decimos, desde hace tiempo, que los tres poderes del Estado son, en distinta medida, no democráticos, aunque para acceder a dos de ellos haya que recurrir al voto popular. No es democrático que el gobierno de turno pueda alterar aspectos centrales de la vida nacional a través de los DNU (decretos de necesidad y urgencia). Con ese mecanismo se entregaron parte de las riquezas nacionales y los caudales públicos. No es democrático el amañado sistema electoral de las PASO, ni el sistema de distribución de bancas en el poder legislativo para las minorías. Menos democrático es que, en nombre del federalismo, sobreviva el Senado, una herencia de la vieja oligarquía de las provincias. La democracia directa que nuestro pueblo ejerce de hecho en las calles, con sus protestas, vino a sustituir el derecho que le niega la institucionalidad vigente a aprobar o rechazar medidas trascendentales para el país mediante consultas vinculantes. Se trata de reformular el Estado, para que no sea más, en nombre de todos, un Estado al servicio de las clases privilegiadas.

Definidos estos grandes ejes para la transformación necesaria y posible para sacar al país de la crisis, se podrán precisar y darle un ordenamiento racional a medidas de acción concretas, tanto en lo inmediato como a más largo plazo. Esto es una superación cualitativa que permita estructurar un esbozo de programa. Sin duda que buena parte de este programa ya está implícito en la línea política desarrollada por el MULCS durante más de diez años y que sólo podrá desarrollarse con la praxis revolucionaria.

El programa y los instrumentos necesarios

Sin un programa revolucionario no se podrá superar la crisis, pero ningún programa alcanza para resolverla. Es necesario resolver tres cuestiones estratégicas en estrecha vinculación entre sí: un poderoso movimiento político de masas, que organice revolucionariamente a las masas oprimidas; organizaciones políticas revolucionarias en sus objetivos y sus métodos, y un programa que sintetice las principales demandas y necesidades de nuestro pueblo trabajador, que supere el capitalismo dependiente en crisis que condiciona nuestra economía, y que se guíe por la unidad de los pueblos de Nuestra América.

En ese programa que resuma las principales demandas y preocupaciones de las masas obreras y populares, cada punto es inseparable de la concepción general. Nos basamos en la convicción de que los cambios revolucionarios que requieren nuestro país y nuestro continente deben ser protagonizados por la clase trabajadora. La clase debe jugar un rol político de dirigir, en la política y en la organización necesaria, al conjunto de los sectores populares y oprimidos por el poder del gran capital financiero, los monopolios y el imperialismo, que son los enemigos centrales de nuestros pueblos y nuestras naciones oprimidas. Para que pueda jugar ese rol, es preciso que dicho programa vaya buscando, a partir de las propias luchas y experiencias de organización popular, respuestas colectivas a los problemas centrales de nuestra patria y de nuestro pueblo trabajador.

Frente a la situación actual, cuando el nuevo ciclo de endeudamiento externo y de avance del capital financiero y monopólico desarrollado por el Gobierno de Cambiemos volvió a incrementar la desocupación, la pobreza y el hambre en sectores crecientes de nuestro pueblo, sostenemos la urgente necesidad de un programa que responda a los problemas estratégicos (programa general), y a la vez sea útil para afrontar la dificilísima coyuntura inmediata que sufrimos la clase trabajadora y los sectores populares de la Argentina (programa de acción).

Los sectores dominantes: Los enemigos de nuestro pueblo trabajador

Desde principios de la década de 1970, en nuestro país, en línea con el carácter que iba tomando el desarrollo capitalista a nivel internacional, el capital financiero pasó a ser un sector decisivo en la economía y en la política. Desde el Plan antipopular del Rodrigazo en 1974 (por el ministro de Economía del gobierno de Isabel Perón, Celestino Rodrigo), el capital financiero transnacional pasó a jugar un rol de dirección política de la gran burguesía que actúa en nuestro país.

Desde entonces, ha aumentado, en forma constante y más allá de los cambios de gobierno, la concentración económica y la extranjerización de nuestra economía. Según la Encuesta de Grandes Empresas del INDEC, a fines de 2008 (citado en: Schor, Martín; Wainer, Andrés.- Concentración y extranjerización del capital en la Argentina reciente: ¿Mayor autonomía nacional o incremento de la dependencia?, Latin American Research, Vol. 49, n°3, 2014), las grandes empresas de capital extranjero tenían el 75,4 % de participación en la producción total, y el 79 % del valor agregado total. De esta forma, los monopolios, en distintas ramas de la producción, tienen una presencia aún mayor en la economía nacional, y el imperialismo yanqui, respaldado en sus empresas, el control del FMI y su poder militar, tiene un rol central en la economía (y en la política) argentina.

De esta forma, se fue conformando un conjunto de sectores dominantes, que constituye el poder real de la economía (y de la política) de nuestro país: los grandes bancos (en especial, los bancos de capital norteamericano y europeo); los dueños del negocio agropecuario (los pooles sojeros, los dueños de los grandes latifundios, las multinacionales aceiteras, en una profunda asociación con sectores de propietarios medianos que se transformaron en rentistas); las grandes empresas exportadoras con peso en la economía local (como Techint, Pérez Companc, Bulgheroni, Arcor, Aluar); las empresas dueñas de la producción y comercialización de los alimentos y bienes básicos (con predominio del capital europeo y norteamericano, como en Wall Mart, Carrefour, Día, las alimenticias como Danone, La Serenísima, Kraft, y otras, también con empresas de capital local, como Coto, y una empresa de origen chileno, Cencosud); las empresas que manejan la producción y distribución de energía eléctrica y gasífera; las automotrices (que son multinacionales norteamericanas, europeas y asiáticas); la gran industria farmacéutica y de productos de limpieza; las corporaciones de medios de difusión (como Clarín).

Estos sectores, que reúnen al imperialismo yanqui y europeo con los grandes bancos, a los monopolios transnacionales con los fondos sojeros y de la especulación inmobiliaria con los grandes grupos de capital local, son el poder real en nuestro país, y son el enemigo central que tenemos que enfrentar desde la clase trabajadora y desde el conjunto de los sectores populares oprimidos y explotados de la Argentina.

La construcción de un programa ante la crisis estructural

Nuestro país está inmerso en el capitalismo dependiente, donde el grado de desarrollo industrial alcanzado está fuertemente condicionado por la dependencia de los monopolios de los países imperialistas. La dependencia del gran capital tiene consecuencias económicas, políticas, ideológicas, y culturales. Para superar esta dependencia, es preciso un camino de superación del capitalismo, que unifique a los pueblos de Nuestra América y a les trabajadores de nuestro continente y de los países oprimidos en todo el mundo.

Desde el Rodrigazo, pero especialmente desde la dictadura militar de 1976, los sectores burgueses dominantes han tenido disputas internas y desacuerdos sobre cómo acumular capital y poder entre el poder agropecuario-financiero, y los sectores industriales. En donde existe unidad de criterios de los distintos sectores burgueses (no solamente de la gran burguesía), es en la necesidad de bajar el precio central de la economía capitalista: el precio de la fuerza de trabajo, ya sea en su forma de salario, o bien por la vía de la suba de la mayoría de los precios de la economía, tanto de los bienes que exportan como de los que distribuyen en el mercado interno.

Junto a ese acuerdo central, en esta etapa económica y política de nuestro país, constituyen un dato importante las disputas recurrentes entre los distintos grupos económicos monopólicos y oligopólicos: los sectores más vinculados a la industria y al mercado interno quieren apropiarse, vía la distribución del Estado, de parte de las ganancias extraordinarias del complejo agroindustrial, y los agroexportadores y la gran burguesía exportadora quieren dejar de pagar derechos a la exportación (retenciones) y disminuir el peso de los impuestos en sus presupuestos para lograr sus “precios completos” (es decir, conseguir cobrar por sus exportaciones, en especial de aceites y granos, el precio en dólares del mercado internacional, sin descuentos que vayan al financiamiento del Estado).

La contradicción entre los dos sectores de la gran burguesía es real y objetiva, y es la base sobre la que se expresan los dos polos políticos principales en nuestro país (entre “industria” y “campo”, entre “peronismo neodesarrollista” y “neoliberalismo”, entre “capital productivo” y “capital improductivo”). Aclaremos que el capital financiero está presente en todas las actividades económicas capitalistas, más allá de donde obtengan su ganancia los distintos sectores burgueses. Desde la perspectiva marxista, el capital financiero es la fusión entre el capital bancario y el industrial, y constituye la forma más sólida de concentración capitalista.

Desde el predominio del capital financiero en la etapa abierta por el Rodrigazo, en nuestro país la gran burguesía local no tiene la capacidad de acumulación suficiente para realizar en forma privada las obras de infraestructura necesarias para su proceso de acumulación ampliada, y requiere del auxilio del Estado y/o de la toma de deuda privada en el mercado internacional. En la etapa anterior, a la oligarquía agropecuaria le eran suficientes, en general, las inversiones realizadas mayormente por el capital inglés.

El frente social requerido: ¿Quiénes deben encabezarlo, y quienes deberían integrarlo?

Pero para que desde la clase trabajadora y el conjunto de los sectores populares podamos usar esta contradicción a nuestro favor, es preciso construir otra estrategia política, y definir con claridad cuáles son los sectores populares que debemos construir la alternativa política necesaria.

Para el MULCS, la clase trabajadora consciente tiene dos tareas centrales, que son simultáneas en el tiempo: consolidar la unidad social y política del conjunto de la clase trabajadora, y construir un amplio frente de los sectores con intereses contrarios al poder de nuestros enemigos de clase.

Desde el punto de vista de las clases y capas sociales existentes, ese frente debe abarcar a la gran mayoría de la población de nuestro país: todas los sectores del movimiento obrero (les trabajadores de la actividad privada, estatales de todos los niveles, el sector precarizado y desocupado de nuestra clase, especialmente compuesto por miles y miles de mujeres de los sectores populares, les trabajadores agropecuarios estrechamente vinculados al problema alimentario) y popular; los sectores del campesinado pobre y medio, y los pueblos originarios, que se encuentren enfrentados al modelo agropecuario dominante y a la tenencia actual de la tierra; las capas medias (pequeños y medianos comerciantes, profesionales independientes, intelectuales, talleristas, pequeños productores); les estudiantes; los sectores de la burguesía local con intereses contrapuestos a la gran burguesía y al imperialismo.

Se trata entonces de ayudar a organizar a las más amplias capas del pueblo. Desde nuestra concepción, las clases y capas sociales deben ser definidas lo más detalladamente que sea posible, describiendo qué lugar ocupan en la producción social, pero el “pueblo” es siempre un concepto político transitorio: forman parte del pueblo, en un sentido amplio, todos aquellos sectores que comprenden, de diversas formas, que hay un enemigo de las mayorías, que reproduce la miseria y la tristeza para la mayoría de nuestra sociedad.

Entendemos que siempre la revolución es un problema de millones, es decir que se trata de poner en práctica consignas y programas que permitan organizar a millones de personas. Se trata de que miles y miles de personas del amplio campo popular consigamos organizarnos para derrotar a nuestros enemigos de clases.

Para que este frente de clases pueda tener éxito en superar la dependencia capitalista y en avanzar hacia una sociedad para todes, sin explotadores ni explotades, es fundamental que la clase trabajadora dirija y oriente esa política.

Las tareas nacionales, democráticas, populares, anticapitalistas, que necesitamos desarrollar para derrotar al gran poder internacional y nacional, sólo pueden llevarse adelante con la dirección de les trabajadores. Conseguir llevar adelante este programa, en el contexto nacional e internacional actual, sólo puede lograrse con un cambio profundo de la relación de fuerzas, con la emergencia de un poderoso movimiento popular revolucionario, que cambie todo lo que debe ser cambiado.

En general, podemos señalar que los sectores medios carecen de la capacidad de llevar adelante un programa de conjunto para toda la sociedad, y que suelen “pensar” soluciones ideales a los problemas, situadas por fuera de la lucha de clases y de la realidad social concreta. Y por supuesto, los sectores burgueses con contradicciones con el gran capital han demostrado, desde hace décadas, su incapacidad objetiva para liderar este frente, no sólo en la Argentina sino en los países dependientes en general. Justamente por estos motivos, es una tarea histórica de los sectores conscientes y organizados de nuestra clase ganar a la mayor parte de estas capas sociales para las tareas de la revolución, neutralizar políticamente a quienes no se pueda ganar para la causa de las mayorías populares, y derrotar a quienes se sumen al campo de nuestros enemigos de clase.

En este sentido, las limitaciones históricas y estructurales del peronismo coinciden con las incapacidades de la burguesía local, que aun no teniendo futuro con el proyecto del gran capital, teme todavía más quedar subordinada al importante movimiento obrero y popular que se desarrolla en la Argentina.

Para que la clase trabajadora tenga éxito en estas tareas, es imprescindible que se haga carne en la mayoría de nuestra sociedad un programa político que responda a los intereses mayoritarios, que vaya más allá de las legítimas reivindicaciones sectoriales de las distintas fracciones de nuestra clase y de los sectores populares, y que al mismo tiempo tome en cuenta las viejas y las nuevas demandas políticas y sociales que se desarrollan en nuestra sociedad.

El Poder Popular y la construcción de la nueva sociedad

Desde nuestra concepción, la construcción del Poder Popular tiene distintos momentos, distintos significados, que se complementan entre sí: un momento de desarrollo de organismos de poder popular, que prefiguren una sociedad radicalmente opuesta a la actual, una sociedad sin explotadores ni explotades; la construcción de un poder de las y los de abajo que acumule la fuerza suficiente para destruir el poder de nuestros enemigos de clase; y finalmente, en una sociedad en camino a la construcción del socialismo, los organismos de poder popular deben garantizar la más amplia participación popular en la toma de decisiones, complementando al Estado y al mismo tiempo disminuyendo el peso burocrático que tiene todo aparato estatal.

En determinadas etapas, los organismos de Poder Popular pueden conformar organismos de doble poder, que “disputen” el poder del aparato estatal. Por ejemplo, en nuestro país los movimientos territoriales tenemos en potencia la perspectiva de disputar el poder estatal en los barrios populares donde nos desarrollamos. Las Comunas en la Venezuela bolivariana son organismos del Poder Popular, que pueden fijar las prioridades en la toma de decisiones y en la administración de los recursos estatales a nivel local.

Desde nuestra concepción, es muy importante no tener una concepción ingenua del Poder Popular, pensando que la construcción del poder de las y los de abajo es condición suficiente para derrotar al Estado capitalista, sin la imprescindible disputa política y material contra la dominación del gran capital y su Estado.

Para el MULCS, la construcción de Poder Popular y la disputa del poder político del Estado en manos de nuestros enemigos son dos tareas imprescindibles, que se retroalimentan y vinculan entre sí.