Ante un nuevo aniversario de la declaración de independencia en 1816, vemos a nuestro país, como a casi toda Nuestra América, atravesado por distintas contradicciones: entre la clase trabajadora y la gran burguesía imperialista y local; entre la independencia necesaria y la dominación imperialista existente; entre la soberanía alimentaria, territorial, sobre nuestros bienes comunes, y los negocios extractivistas; entre la inmensa acumulación de riqueza y la pobreza creciente de nuestros pueblos.
11/7/2021 –
Entendemos que una contradicción central es entre el dominio del gran capital y el imperialismo y los intereses de nuestra clase trabajadora y del conjunto del pueblo empobrecido.
El bloque de poder dominante reúne a grupos oligárquicos que históricamente dirigieron nuestros destinos (asociados a las potencias imperialistas de turno) con actores más recientes: el capital financiero, el agronegocio y las exportadoras, las empresas alimenticias, las empresas privadas de la energía y el transporte, los sectores empresariales expresados principalmente en la AEA, la Mesa de Enlace rural, Amcham Argentina (la cámara de comercio de EEUU en nuestro país), en la Bolsa de Comercio de Rosario. Ese bloque de poder se expresa políticamente en Juntos por el Cambio, pero también en buena parte de la actual coalición de gobierno (como en el Frente Renovador del pro norteamericano Massa y otras expresiones del PJ), en la mayor parte del poder judicial y especialmente en los grandes medios masivos de desinformación.
Desde el bloque de nuestra clase trabajadora y del campo popular agredido por el gran capital y el imperialismo continuamos resistiendo los ataques de nuestros enemigos, pero aún estamos acumulando la fuerza social y política necesaria para enfrentarlos. Nuestras fuerzas pueden parecernos insuficientes, pero aún así el poder real teme la experiencia de lucha de nuestra clase y nuestro pueblo.
Desde los años 70 hasta la actualidad, el capitalismo dependiente realmente existente en nuestro país, aunque utilice alternativamente discursos de “desarrollo”, “inclusión”, “desarrollo sostenible”, “economía verde”, etcétera, ha avanzado en un enorme empobrecimiento de nuestro pueblo, en la precarización y flexibilización laboral, en un aumento estructural de la desocupación, en la degradación de nuestros suelos y nuestros bienes comunes, en la pérdida de la soberanía nacional en todos los terrenos (alimentaria, económica, financiera, cultural).
La rebelión popular de 2001 que puso al desnudo una profunda crisis de representación institucional, obligó a las principales fuerzas políticas a cambiar su forma de gobernar, a tener un oído más atento a los reclamos populares, pero no conseguimos derrotar a la fuerza social de los de arriba, sustentada en su poder económico y político. El bloque de poder busca siempre hacer retroceder a nuestro pueblo trabajador, y trabaja claramente para derrotar política y electoralmente a cualquier gobierno que no se le someta, aunque no vaya a fondo contra ellos.
Desde nuestra concepción, la historia nos muestra que la lucha por la segunda y verdadera independencia de nuestro país está profundamente unida a la capacidad de nuestra clase trabajadora para dirigir al bloque popular, y a la unidad profunda de les trabajadores y los pueblos de Nuestra América.
La unidad continental no es solamente una cuestión de elemental solidaridad entre pueblos hermanes, sino una necesidad histórica: no podemos enfrentarnos divididos a enemigos tan poderosos. Construir ese proyecto unificado es central para que el gran capital y el imperialismo no ataquen por separado cada avance logrado por les trabajadores y los pueblos de uno de nuestros países.
Destruir nuestras redes de resistencia fue y es su objetivo
A principios de la década del 70, comenzó a desarrollarse un proceso internacional de desindustrialización en los países más poderosos, que también afectó a los países con capacidad industrial mediana (como el nuestro), con objetivos de reconfiguración económica y también con objetivos políticos claros. Un objetivo específico para nuestro país, que comienza a desplegarse en el Rodrigazo de 1975 y es central para la dictadura en 1976, fue desarmar el poder de nuestra clase trabajadora, del movimiento obrero y de todas las formas de organización popular con identidad de clase que habíamos construido.
Pese a avanzar con ese plan en la dictadura, y aún más en los años del menemismo, el bloque enemigo de nuestros intereses no logró aún ese disciplinamiento extremo al que aspiran: un paraíso empresarial, donde prevalezcan cada día más la precarización laboral y el trabajo “en negro”, y la desocupación creciente les sirva para bajar muchísimo sus “costos laborales”, es decir nuestros salarios; ilegalizando huelgas, protestas y organización sindical especialmente en los lugares de trabajo; con un estado que reduzca sus gastos destinados a satisfacer necesidades y derechos de las mayorías populares y les subsidie aún más la energía que utilizan y sus importaciones, les rebaje impuestos, les siga permitiendo hacer grandes negocios financieros y fugar capitales sin límites.
Aún en condiciones muy desventajosas, en medio de la represión de la dictadura o de la hiperinflación que precedió al menemismo, con direcciones sindicales que en la mayoría de los casos favorecieron al poder real en vez de atender los intereses de les trabajadores, desde nuestro pueblo trabajador logramos ponerles límites a sus objetivos.
No pudimos impedir que la desocupación y la precarización pasaran de menos del 10 % de la población laboral a más del 30 % desde hace treinta años. Pero logramos construir movimientos masivos que organizamos a les desocupades en los barrios populares, pelear contra las mil trampas de la desocupación y el fraude laboral, y sostener una organización obrera y popular masiva, que es de las más relevantes en el mundo.
Desde las iniciativas de nuestro pueblo surgió un movimiento de derechos humanos poderoso, que sigue dando respuestas ante cada ataque represivo a pesar de todos los intentos de cooptación estatales; un movimiento de mujeres y diversidades sexuales, que sirve como ejemplo en todo nuestro continente y ha obligado al estado a reconocer derechos (al menos institucionalmente) por los que se vino luchando hace décadas, como el aborto legal, el matrimonio igualitario o ahora el cupo laboral trans; y ese fuerte movimiento territorial, que condicionó los niveles de pérdida salarial a los que aspiraron los dueños del poder real.
Es un pueblo con una fuerte identidad nacional, donde la identidad de laburantes no se ha perdido pese a la prédica constante de los medios de desinformación masivos, donde la memoria de tantas luchas obreras, campesinas, indígenas, feministas, populares, sigue ardiendo entre las brasas.
Nos falta proyectar políticamente esa historia de lucha y organización a la construcción de un amplio movimiento político de masas, que apunte con claridad a nuestros enemigos de siempre, y supere las limitaciones permanentes de quienes nos plantean la conciliación entre los de arriba y las y los de abajo. En tiempos tan fuertes de disputa por mercados en todo el mundo, no queda espacio para una política que satisfaga a Todos, la conciliación de clases es una ilusión.
La soberanía nacional es una pelea de fondo
Desde esta concepción de la segunda y definitiva independencia, venimos participando con fuerza en todas las luchas de nuestro pueblo, y en las campañas por la Suspensión del Pago e Investigación de la Deuda, y por la recuperación de la soberanía fluvial y portuaria en el río Paraná y en nuestras vías navegables.
El Gobierno del Frente de Todos, entre las presiones de quienes cuestionan la reprivatización de las vías navegables dentro de sus propias filas y en medio de disputas entre empresas, ha postergado la nueva licitación de la empresa “Hidrovía” (http://mulcs.com.ar/index.php/2021/07/08/por-la-soberania-del-rio-parana-y-de-nuestras-vias-navegables/). En un sentido similar, simula una reestatización de los ferrocarriles de carga, también utilizados por las exportadoras multinacionales para sus negocios, mientras que en verdad busca mejorar las condiciones para los próximos concesionarios (ver la nota de Eduardo Lucita http://www.laarena.com.ar/opinion-trenes-vuelta-al-estado-2182603-111.html).
En el actual contexto de pandemia, también es parte integral de la soberanía la recuperación de un sistema de salud y de medicamentos, bajo control nacional. El ejemplo de Cuba, el único país de nuestro continente que diseñó y produjo sus propias vacunas contra el covid19, debería servirnos como ejemplo. La Argentina tiene capacidad científica, tecnológica, personal profesional con altísima calificación, para producir vacunas y medicamentos propios, que nos liberen de la dominación de las multinacionales farmacológicas. Pero hacerlo implica una fuerte decisión política: pelearles de frente a los pulpos farmacéuticos. Y ahí tampoco hay conciliación que valga. Las concesiones a Pfizer y los grandes laboratorios, garantizándole “inmunidad” por decreto, van en el sentido contrario.
Recuperar soberanía implica muchas soberanías: alimentaria (tan necesaria frente a la inflación constante de los alimentos básicos), económica, financiera, sanitaria y farmacéutica, sobre nuestros bienes comunes y nuestros territorios, fluvial, portuaria y marítima, energética, cultural, etcétera. Por cierto, recuperar esas soberanías implica también acuerdos soberanos con los países de Nuestra América, y establecer acuerdos comerciales y productivos con otros estados, que no sean de sumisión (al estilo de los acuerdos con el FMI y los organismos internacionales de crédito), sino de beneficio real para nuestro pueblo.
En el camino de la independencia
A 205 años de la declaración de la independencia en el Congreso de Tucumán, seguimos pensando que la nación no es sinónimo de quienes son o se creen los dueños exclusivos de nuestro país. No es de esos “autoconvocados del campo” que quieren un país sólo para unos pocos, no es de los sectores más reaccionarios que destilan xenofobia, racismo, discriminación, frente a quienes no somos como ellos.
Rescatamos el enfoque histórico de esta nota de Tramas (https://tramas.ar/2021/07/09/9-de-julio/), y las palabras de Guillermo Cieza sobre los campestres (https://tramas.ar/2021/07/08/varados-en-las-rutael-dolor-de-ya-no-ser/).
Un país para las mayorías obreras y populares requiere una sociedad sin explotadores ni explotades, y sin opresiones de ningún tipo. Cuando las clases dominantes locales sólo buscan cómo sacar la mejor tajada posible sin cuestionar la dominación del capital financiero y el imperialismo, está más claro que nunca que la segunda y definitiva independencia nacional será con les trabajadores y las mayorías populares definiendo el rumbo de nuestro país, será junto a los pueblos de nuestro continente, será en la lucha por todos nuestros derechos y por cambiar todo lo que deba ser cambiado.