Posted on: 6 noviembre, 2020 Posted by: MULCS Comments: 0

6/11/2020

El 7 de noviembre de 2017 (que era el 24 de octubre en el viejo calendario ruso), se iniciaba en Rusia la primera revolución en la historia cuyo objetivo era construir una sociedad socialista, sin explotadores ni explotadxs, donde las mayorías populares sean quienes dirijan, y no la minoría que siempre conforman las clases dominantes.

El proceso revolucionario que tuvo lugar en el imperio de los zares, un régimen monárquico que gobernaba en beneficio de un sector muy minoritario de la población, se dio en el marco de la Primera Guerra Mundial, que destruyó a los pueblos de Europa, y en particular a Rusia, donde cientos de miles de campesinos y trabajadores empobrecidos fueron obligados a combatir como soldados del zarismo. Esta guerra agravó aún más la durísima situación del pueblo ruso, y fue el escenario de la primera revolución socialista, el hecho más relevante del siglo XX.

En la Revolución de Octubre, existieron dos cuestiones político-organizativas centrales para garantizar su avance en la primera etapa. En primer lugar, los “soviet” (asambleas de obreros, campesinos y soldados, es decir la mayor parte del pueblo ruso de entonces, surgidos durante el primer intento revolucionario en 1905), que constituyeron una amplia forma de participación democrática de las masas populares organizadas.

Los “soviet” ya extendidos, en especial en las grandes ciudades como San Petersburgo y Moscú, fueron el poder alternativo al Imperio del zar y al gobierno provisional de Kerenski, que asumió tras la caída del zarismo en febrero de 1917. El segundo organizador político de la Revolución fue el Partido Bolchevique, creado por la fracción mayoritaria del POSDR (el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, la principal corriente marxista en el país). Los bolcheviques supieron actuar en estrecho contacto con las mayorías obreras y populares, y dotarse de un programa concreto, que sintetizó las necesidades de esas masas de soldados, campesinos y obreros en una consigna: Paz, Pan y Tierra.

Poder popular y poder estatal

La Revolución se desarrolló en el marco de una enorme propaganda contra la guerra, que tuvo consecuencias terribles para la población rusa y para la estructura productiva del antiguo Imperio.

En el momento de la Revolución, se toma el poder real en las principales ciudades, sin una lucha armada de grandes proporciones, en buena medida por la capacidad de acción de los “soviet”, de los soldados organizados que actuaron, y con el papel dirigente de los bolcheviques, que se destacaron por su decisión política y militar entre las organizaciones de izquierda. También colaboró la falta de política del zarismo y de las corrientes políticas burguesas.

Lenin, el principal dirigente bolchevique y de la Revolución, cumplió un papel muy destacado como dirigente práctico y teórico. Supo ver la necesidad de aprovechar la enorme crisis política, económica y social de Rusia, para avanzar con audacia y rapidez. Lenin sintetizó el concepto de situación revolucionaria, señalando qué ocurre cuando los de arriba no pueden seguir gobernando como lo venían haciendo, y los de abajo tampoco quieren seguir viviendo como hasta entonces. Para Lenin, había una tercera condición necesaria: que las masas se organicen en una acción histórica independiente.

Inmediatamente después de la toma del poder político, la Revolución, que había sorprendido a la nobleza rusa y a las corrientes burguesas, fue atacada militarmente por la reacción de esas clases dominantes nacionales, y por las principales potencias imperialistas (Inglaterra, Francia, EE.UU), que se dieron cuenta muy rápido de que no podían permitirse el “mal ejemplo” de una sociedad sin explotadores ni explotades para les trabajadorxs y los pueblos de sus propios países, y para el conjunto de las masas en todas partes. La guerra civil contra los ejércitos “blancos” fue ganada por el naciente Ejército Rojo, con un altísimo costo de vidas de los más destacados luchadores obreros, y profundizó la enorme crisis económica, el hambre y la miseria en la naciente URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).

Desde ese momento, la Revolución Rusa trabajó, en condiciones muy difíciles, para industrializar el país y desarrollar la participación popular. Otra fórmula muy conocida de Lenin en esos días fue definir al socialismo como «soviet mas electrificación”. Es decir, desarrollo económico puesto al servicio de lxs trabajadorxs y los pueblos, y participación democrática en la discusión de todos los temas relevantes. Actualmente, en condiciones muy diferentes, sin haber tomado el control del poder económico y político, ese debate se replica hoy en la cuestión de las Comunas en Venezuela.

En los primeros años, en la Revolución Rusa el avance en los derechos de las mujeres fueron muy importante, aún más en ese momento histórico: el derecho al divorcio, al aborto legal, al reconocimiento como ciudadanas plenas con iguales derechos que los hombres, los jardines maternales colectivos que permitieron mayor igualdad laboral. Esos avances, aunque posteriormente fueron limitados, fueron un ejemplo importante para el incipiente movimiento por los derechos de las mujeres en buena parte del siglo XX.

En la época de la Revolución Rusa triunfante, las vanguardias políticas y artísticas tuvieron un campo común de unidad y desarrollo, y se desarrollaron nuevas formas de arte popular y de vanguardia, que llegaron a millones de personas. La idea de Para todos, todo sale de esa unidad entre lo más avanzado en el terreno político y artístico, con su correlato para el movimiento de mujeres Pan y Rosas.

Muchas discusiones posteriores sobre el poder popular y el poder estatal tienen como primeros ejemplos, con sus avances, sus contradicciones y sus limitaciones, la experiencia real de la Revolución Rusa. Con el diario del lunes, es evidente que la disminución de la participación popular en la toma de decisiones fue una de las razones que posibilitaron, décadas más tarde, la derrota de esta experiencia histórica.

Es imprescindible comprender las difíciles condiciones en que se desarrolló la experiencia de la Revolución Rusa y la historia de la URSS, donde se alentó la formación de un Estado con capacidad para resolver gravísimos problemas con rapidez. La organización política sufrió también un complejo proceso de mimetización con las necesidades y tareas de ese Estado, y quedaron en segundo plano la organización y la participación popular. A la larga, esa limitación fue fundamental en el retroceso de la URSS, y en la falta de apoyo popular masivo en el momento de su caída.

La influencia de la Revolución en el siglo XX

La Revolución de Octubre marcó la historia de la clase trabajadora y los pueblos a nivel internacional desde su inicio. Sin su ejemplo práctico, no podríamos explicar el surgimiento del nazismo y el fascismo en Europa como política de los grandes monopolios para enfrentar al “enemigo rojo”, ni los “Estados de Bienestar” en Europa Occidental como lúcida reacción del gran capital después de la Segunda Guerra Mundial, las luchas de liberación nacional que se desarrollaron en los países del Tercer Mundo (especialmente en Asia y en África), o el desarrollo de procesos antiimperialistas y por el socialismo en distintos países (China, Vietnam, Angola, Cuba, etcétera).

En nuestro continente, además de la Revolución Cubana, el influjo de la Revolución Rusa se hizo sentir de distintas formas: en la Semana Trágica de 1919 en nuestro país, en la rebelión armada de Prestes en Brasil, en la insurrección aplastada en El Salvador en 1932, en el propio proceso de la Revolución Mexicana. Después de la Segunda Guerra Mundial, se desarrollaron movimientos nacionalistas populares, que en cierto modo fueron parte de las respuestas al desarrollo de la URSS: el peronismo en nuestro país, Getulio Vargas en Brasil, Ibáñez en Chile, etcétera.

La caída de la URSS

La experiencia de la URSS duró más de 70 años, y terminó con la derrota política (y en mucho menor medida militar) en 1991. Está claro que se cometieron errores estratégicos que facilitaron la política del imperialismo yanqui sobre su antagonista en la “Guerra Fría”: la competencia con el capitalismo limitada al plano económico, la burocratización y la apropiación del patrimonio de la sociedad por parte de una capa dirigencial, la “coexistencia pacífica” que limitó el apoyo a procesos revolucionarios en distintos países, la falta de participación democrática en el proceso político, etcétera.

Un balance necesariamente inconcluso

Pero estos graves errores no deben hacernos olvidar de que se trató del primer intento de construcción de una sociedad de iguales, donde la dirección económica y política estuviera en manos de las mayorías y no de las minorías dominantes; que fue la primera sociedad que intentó combatir el patriarcado y ampliar los derechos reales de millones de mujeres; también el primer intento de eliminar el hambre y la pobreza en una sociedad atrasada y empobrecida durante siglos; y que mantuvo una política solidaria con distintos procesos de liberación nacional en los países dominados por el imperialismo europeo.

Este balance, desde ya inconcluso, deberá completarse con la acción revolucionaria de nuestros pueblos, teniendo en cuenta los avances y los límites de este primer intento de sociedad socialista, para construir un mundo donde se cumpla aquel principio: De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades.